miércoles, 9 de junio de 2010

Semblanzas de “El Maestro de Caracas”.

Quisiera compartir unas impresiones de nuestro finado Maestro, quien es llamado ahora con toda justicia “El Maestro de Caracas”. Él fue muy importante para mí y para muchos otros buscadores del verdadero camino esotérico Tradicional. Quiero expresar, de paso, mi sentir de que el tiempo le hará más justicia porque en unos años podrá verse con claridad el resultado de su callada obra. También es mi intención con este texto mostrar la existencia de un venezolano notable, especie en extinción en estos tiempos de profundo deterioro de los valores humanos. El Maestro. Todavía lo recuerdo, a pesar de que nos dejó físicamente hace unos cuantos años. ¿Qué podríamos contar de él? Mucho, ciertamente; pero recuerdo también mis mismas palabras refiriéndome a él en un escrito anterior: “Era un hombre difícil de reducir a un texto escrito, a una grabación, a un recuerdo.” Pero, bueno; intentemos escribir algo para hacer honor a aquella historia atribuida a Einstein, en la cual alguien le pregunta a un niño como fue posible que rompiera con una piedra el hielo que cubría un río para salvar a un amigo, a despecho de su poca fuerza. La respuesta se obtuvo gracias a un anciano que intervino y dijo a todos: “Es que no se encontraba presente alguien que le dijera ‘no se puede’”. Mi primer contacto con el Maestro fue, intelectualmente, intenso. En ese momento yo venía de un “psicologismo” omnipresente, con el cual trataba de entender y domeñar todo; en especial el aspecto del desarrollo espiritual. Esto tuvo su origen en una larga relación con profesionales de la Psicología, a través de los cuales obtuve esta suerte de “deformación profesional” que me impulsaba un poco inconscientemente a ver todo a través de un cristal fuertemente coloreado. Fueron varios los cursos tomados con los profesionales a los que hice referencia, los cuales allanaron el camino para el desarrollo de mi punto de vista. Durante las primeras reuniones en las cuales coincidimos, el Maestro dio a entrever que no todo lo humano se reducía a un aspecto psicológico; Ciencia Profana que ahora – después de arañar largo la superficie del conocimiento – comienzo a vislumbrar pálidamente como el residuo de Ciencias más exactas y positivas que existieron en las Civilizaciones Tradicionales. Este desafío a mis creencias, en ese tiempo, me chocó en grado sumo. Es más, consideré muchas actitudes suyas como las actitudes “lógicas” de un anciano cansado y ya medio retirado. Gracias a Dios tengo la prudencia como una de mis virtudes, alabada continuamente por mi fallecida abuela materna desde que era niño, así que la utilicé (ni siquiera me esforcé en utilizarla, pues actué de esa manera sin siquiera pensar) para no polemizar con este hombre a quien acababa de conocer. Intercambié comentarios con otros buscadores que seguían mi misma corriente y, sintiendo que éramos una opinión generalizada (como si la verdad fuera algo de opinión), criticamos con acritud las palabras de aquel hombre al cual no entendíamos. Pero algo pasó con el tiempo. La prudencia dio lugar a un intento de entender el mensaje del Maestro. ¿Y si mi visión está errada? ¿No será que me cuesta entender las ideas que hay detrás de sus palabras? “Realmente este hombre no es igual a todos”, me decía. “En él hay algo que me inspira confianza”. “No parece hablar ‘paja’ como lo hacen muchos que presumen de buscadores” ¿Qué es eso que me inspiraba tanta confianza y me aseguraba que las palabras de ese hombre no eran las necedades que la mayoría de nosotros hablamos? Ahora, con el tiempo y los estudios, me di cuenta. Es la Autoridad, característica principal de los Maestros Hábiles. De hecho, unos de mis familiares me pregunto alguna vez: “¿Cómo sabes que tiene la razón en lo que dice?”. “No lo sé, pero lo siento”, atiné a responder. La verdadera Autoridad se siente si trabajamos para elevarnos sobre la tiránica influencia de la Razón y escuchamos las voces del interior. ¡Cómo lo criticaba al principio! Consideraba que los años ya habían apagado su impulso a mejorar y lo habían hecho caer en el estancamiento senil. ¡Cómo estaba equivocado! Resulta que ahora, en los lugares en los cuales me desenvuelvo, muchos piensan que mis actitudes son de hombre viejo; que ya no reacciona con los mismos ardores descontrolados ante lo que consideran los jóvenes como de suma importancia. Lin Yutang dijo en una de sus obras que “la sabiduría es cosa de viejos… ” Entiendo esta frase como “los años nos hacen interesar en la sabiduría”. Con los años comenzamos a percatarnos de que muchas cosas tras las cuales hemos corrido desaforadamente son otros tantos espejismos que nos alejan de lo más importante y trascendente. Ésta era la actitud del Maestro. Esto era lo que tanto criticábamos de él. Reconozco mi ignorancia del momento. Y reconozco también que la vida misma me hizo ver mi error. Yo critiqué y ahora me critican de la misma forma, viendo al Maestro a través del espejo del tiempo. Por eso ahora acostumbro a aconsejar a los jóvenes mucha prudencia en sus acciones, para que no tengan que sufrir tanto el “efecto boomerang” negativo si sus acciones no fueron acordes a la sensibilidad. He descubierto en el devenir de la vida que la mayoría de las personas no son malvadas, pero algunas son tan insensibles que sus acciones parecieran ser malévolas… También quiero reconocer mi ignorancia actual, pues no sé más sino sé menos. Realmente saber no es conocer más sino ignorar más. Puede parecer descorazonador, pues nada descorazona más que la expectativa maltrecha después de haber luchado con algo para entenderlo a cabalidad para luego quedar entendiendo menos. De aquí surge una frase que, para mí, resulta emblemática del Maestro. Una vez, mientras tomaba el Curso Propedéutico con él, reconocimos que siempre el tenaz perseguidor del conocimiento está aprendiendo algo; acción que nunca se detiene hasta la muerte. Él me dijo, con aquella socarronería que le era característica: “Mira, Rubén. Yo tengo setenta y dos años y, cuando veo lo que me falta por aprender, me da un dolor de b…” Allí esa frase se grabó a fuego en mi mente y, cuando hablamos de sus dichos y hechos, siempre sale a colación… También rememoro, no sin cierta nostalgia, otro detalle de cuando asistía al Curso Propedéutico. Al principio éramos varios, pero al final quedé yo solo. Me presentaba con el resumen del capítulo anterior, el cual él leía de inmediato, para pasar de inmediato a tratar el siguiente; cosa que nos llevaba una media hora. Era así siempre, a no ser que, a fin de aclarar alguna duda, se extendiera más. Al final nos poníamos a hablar de todo un poco. El Maestro era un excelente y ameno conversador. Eran de especial interés sus innumerables anécdotas, producto de una vida intensa y productiva, las cuales contaba imitando los acentos y maneras de los personajes con la facilidad del más diestro humorista. Alguien citó alguna vez otra de sus frases interesantes: “El Ángel de la risa es el más cercano a Dios”. Siempre hacía honor a esta frase, pues el chascarrillo y la ocurrencia genial estaban muy cerca de sus maneras. Esto no impidió que, algunas veces, lo viéramos disgustado ante la necedad de algunos; especialmente de aquellas “taparas encabuyadas”, como él llamaba muy significativamente a algunos “fariseos” modernos que hacen fila en nuestras órdenes esotéricas. Esas veces – las recuerdo muy pocas – me sentía como debieron sentirse los espectadores cuando el Maestro Jesús entró airado al Templo para expulsar a los mercaderes y cambistas. En las amenas conversaciones después de tratado el tema de la lección se nos iba más de una hora “como si nada” y más de una vez me provocó quedarme a continuarlas… Parte infaltable de estas reuniones era precisamente la bebida a la cual se hace bastante referencia en las apologías sobre el Maestro: Un papelón con limón que, a veces, yo repetía bebiéndolo con fruición. Un especial sitial en mi memoria tienen sus frases, que recuerdan mucho a las de mi amada abuela: “Es más largo que medio de tripa en el llano en el año veintiocho”, en la cual destacaba algo que tardaba mucho; haciendo parangón con la gran cantidad de vísceras de animales (tripas) que uno podía comprar en el llano (zona productora agropecuaria de Venezuela) con un medio (moneda cuyo valor era la cuarta parte de un Bolívar; la cual, merced a la continua pérdida del poder adquisitivo de nuestro signo monetario, ahora no se utiliza) en el año 1928 (cuando todo era muy barato). Recuerdo que mi abuela utilizaba la misma frase, quitándole la parte del “en el año veintiocho”. Estas son frases mantuanas. Dícese “mantuano” del acento de la Caracas vieja, ya extinto a no ser por ciertos “dinosaurios” del lenguaje como el Maestro y yo. También decía, cuando alguien no podía hacer algo merced a una limitación intrínseca: “Dios no le da cacho a burro ni las vacas vuelan”. Yo siempre sonreía al imaginar el ganado volando y haciendo sus gracias sobre nosotros… Aún lo hago… O, cuando alguien se consideraba superior a los demás, utilizaba la frase; muy conocida, pero con algo de picante añadido (normalmente se dice “cree que tiene a Dios agarrado por la chiva”, haciéndose eco de las comunes referencias pictóricas de Dios como un ser con barba [chiva]): “Cree que tiene a Dios agarrado por el testículo izquierdo”. Su acento, como dije, tendía a lo mantuano; pero, en ciertas situaciones, dejaba deslizar el sabroso acento y los giros zulianos de su terruño. “Vine de v…”, nos dijo un día que se sentía mal y, aún así, vino a nuestra reunión de trabajo. La última palabra, fuerte, perdía en sus labios toda connotación soez en aras de un humorismo muy local. Una situación que destaca mucho más con el transcurrir de los años es aquella cuando llegué un día a clases muy emocionado después de haber reflexionado muy seriamente acerca de la reencarnación y su posible demostración con las lecciones futuras del Curso Propedéutico. Le pregunté, como aquellos niños que descubren algo y corren emocionados a compartirlo: “Querido hermano, ¿qué piensa de la reencarnación?”. “Mire, querido hermano”, me respondió muy tranquilo, “tome esas ideas sobre la reencarnación, póngalas en un saquito y cuélguelo detrás de la puerta”. Esa respuesta, inesperada, me dejó estupefacto. Por supuesto, no la entendía. Y confieso que, hoy en día, todavía no la entiendo; pero la diferencia es que hoy veo más o menos por donde va la cosa. Acostumbro decir, ya casi es mi frase emblemática, “la verdad, no la sé; pero tengo idea por donde va la cosa…” ¿Por dónde va? Por la vía Tradicional. Ésta es la vía que él vino a mostrarnos… Ahora quisiera contar otra anécdota, esta vez póstuma. Me hallaba en una reunión donde se discutía con suma gravedad sobre la filosofía. Algunos participantes se jactaban de los conocimientos filosóficos adquiridos en la masonería… Bueno, ya avanzada la reunión un hermano se acercó a mí y me preguntó: “Querido hermano, ¿cómo se llamaba su Maestro?”. “Fermín Vale Amesti”, le respondí con satisfacción. “¡Ajá!”, respondió y se retiró. Al rato compartió lo siguiente con todos los asistentes: “Queridos hermanos, saben que me acerqué una vez al querido hermano Fermín Vale Amesti y le pedí que me recomendara un libro sobre filosofía masónica; a lo que él respondió: Querido hermano, eso no existe…” Ahí lo dijo todo… Quiero aclarar que la Masonería u otra Escuela Iniciática realmente Tradicional es un método intuitivo para adquirir conocimientos. Mientras que la ciencia es un método racional para adquirir conocimientos. Es bien sabida la ventaja de la intuición sobre la razón. Los grandes artistas y los grandes científicos dan fe de ello… Bueno, éstas son algunas anécdotas que quería compartir. Espero den una idea, aunque sea vaga, de la vida cotidiana de un hombre verdaderamente notable. Por cierto, un hermano de mi Logia lo definió de esta manera: “Él intentó toda su vida demostrar que era un hombre corriente sin poderlo lograr”. Y espero seguir recordando, para acceder a aquellas anécdotas que se esconden en los tortuosos recovecos del tiempo.

Rubén E. Rodríguez M.

Nota: Publicado originalmente en mi "Space" el 10/05/2007.

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