miércoles, 9 de junio de 2010

Panegírico al Doctor Pedro Millán Estaba.

Panegírico, ca (del lat. panegyrĭcus, y este del gr. πανηγυρικός).
1. adj. Perteneciente o relativo a la oración o discurso en alabanza de alguien. Discurso panegírico. Oración panegírica.
2. m. Discurso o sermón en alabanza de alguien.
3. m. Elogio de alguien, hecho por escrito.
(Diccionario de la Real Academia Española de la lengua).

Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht.

Hace algunos años una gran amiga llamó mi atención acerca del hecho de que muchas personas especiales se presentan en la vida sin nosotros percatarnos de su condición. Vivimos tan inmersos en el día a día que no nos queda tiempo de ver más allá. No detallamos a las otras personas sino al esquema mental que hacemos de ellas. “Dejan”, como decía otra amiga, “de ser personas” en cierta manera. Claro, esto cambia cuando nuestra amistad se hace profunda. En este momento, “comienzan a ser personas de nuevo”. Pero la cotidianidad vuelve a arrinconar a esas personas especiales, quitándoles de nuevo la “condición de persona”. Ni nos preocupamos por entenderlas, impulsados por el culto al “yo” que caracteriza la época de ahora. Avergüenza reconocer que – algunas veces – las llegamos a considerar como “parte del decorado”… Las últimas frases parecieran tomadas de alguna obra de Ciencia Ficción de la Era Post Atómica - cuya característica resaltante era el pesimismo - pero no es así. Están ajustadas a la realidad cotidiana. Al menos, ésa es nuestra experiencia. Resulta que fuimos criados por alguien que – a despecho de su analfabetismo – era uno de los espíritus más avanzados en torno a los cuales hemos tenido la suerte de convivir. Se trata de la sin par Vicenta Muñoz. Tuvimos la fortuna de recibir como herencia su forma de ver el mundo; en la cual las cosas no estaban separadas de la realidad mágica, tal como se interpretan ahora. Tampoco consideraba cada hecho de la vida aislado de los anteriores y de los subsiguientes, tal como pareciera colegirse de la forma de entender y de comportarse de muchas personas en la actualidad. Por eso – en esta época - todo parece seco, yermo, estéril. Ella siempre observaba el mundo de una manera diferente; aunque sin caer en los extremos de materialismo y espiritualismo. La realidad, según aprendí de ella, era mágica. O, por lo menos, tenía un componente mágico; pero no sólo tenía éste, pues sabía mantener los pies sobre la tierra y no se dejaba llevar por ilusiones. Sirva este corto preámbulo para explicar por que – a la sombra de esta gran mujer – no se cultivaba el excesivo personalismo, esa mala hierba cuya perniciosa influencia socava hace ya un tiempo las bases de la civilización occidental. ¡Oh, Renè Guènon! ¡Diste el toque de diana con suficiente anticipación y todos hemos permanecido dormidos! A la sombra de esta gran mujer aprendí que cada ser humano tiene “su gracia especial”, en espera a ser descubierta por nosotros. O, utilizando aquel antiguo dicho tan característico de ella: “De músico, poeta y loco todos tenemos un poco.” En virtud de esto – de esta falta de gríngolas – pudimos admirarnos ante la gran cantidad de personas maravillosas que han pasado por nuestra vida, comenzando por ella misma. Entre las referidas personas quiero destacar una, cuya presencia e influencia hemos podido testificar por algo más de cuatro décadas. En este año de 2008 se cumplirían el once de Agosto los ochenta y tres años de haber nacido en Carúpano un espíritu que considero de especial relevancia para muchos quienes tuvimos la fortuna de estar en su cercanía. Se cumplirían los ochenta y tres años del nacimiento de Pedro Millán Estaba, Doctor en Medicina y hombre culto a carta cabal. Recuerdo las innumerables veces en las cuales nos dejábamos llevar por una agradable conversación que sólo el deber por cumplir al siguiente día ponía coto. A pesar de su avanzada edad, era capaz de hacer citas de obras literarias – especialmente poéticas – que había estudiado en el Bachillerato; por el cual pasó con especial intensidad durante los lejanos días de la Segunda Guerra Mundial. Alguien dijo que, en esa época, no había en todo el país más de veinte centros de educación secundaria. Pero, la falta de cantidad se superó con creces por medio de la gran calidad de los profesores y de los pensums. No sucede igual ahora, cuando la mayoría de los graduados universitarios dicen cosas como “aperturar” en lugar de “abrir”… Ahora quisiéramos escribir una anécdota del Doctor Pedro Millán, a quien llamábamos “el Doctor” en forma respetuosa. Hace unos meses pasamos, como acostumbramos cada vez que tenemos oportunidad, por donde los libreros cuyos puestos se hallan situados debajo del Puente de la Avenida Fuerzas Armadas, en la Avenida Urdaneta. Éstas son oportunidades cuyo placer no declinamos de ninguna manera. Hallamos un “lomito”, a buen decir de una gran amiga. Con este término ella hace referencia a alguna cosa valiosa, especialmente en sentido cultural. Se trataba de un libro llamado “Dante, un desconocido”, cuyo autor es Edoardo Crema; quien fue profesor del Pedagógico y de la UCV. El citado autor hace unos comentarios acerca de aquel extraordinario poeta que, por su sensibilidad artística e intelectual, se acercan un tanto por algunos instantes (en lo posible para un intelectual convencional) a la profundidad esotérica de Renè Guènon en su “El esoterismo de Dante”. Éste – dicho sea de paso – es un texto que requiere una ardua lectura con un resultado a veces mezquino: Cuesta lo indecible para entender. Sentimos una gran alegría por haber hallado un texto de alguien que pertenece (o perteneció) a mi país. Sentimos una gran alegría y orgullo por haber hallado – cosa harto difícil en los últimos tiempos – un venezolano que no se ha dejado “embobar” por la mediocridad. Con mucha curiosidad decidimos preguntarle al Doctor acerca de Edoardo Crema. Lo recordó. Lo recordó retrotrayéndose a cuando estudiaba en el Pedagógico allá por los años cuarenta. Por cierto, Edoardo Crema se radicó en Venezuela en 1938, siendo ya un destacado intelectual y profesor. También tenemos la fortuna de recordar ese nombre. En nuestro caso desde hace muchísimos años, precisamente cuando cursábamos la primaria; pero, lo confesamos, nunca le hicimos mucho caso… Mea culpa… Si el Doctor Millán hubiese sido otra persona, la cosa hubiese quedado allí. Pero él nos citó casi completo en español el siguiente verso, en el cual Francesca de Rimini habla al bardo con cierta amargura:
E quella a me: «Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.
“Y aquélla a mí: Ningún dolor más grande
que recordar el tiempo de la dicha
en la miseria, y tu doctor lo sabe.”
(Inferno. Canto V.)
Claro, no fue el primer verso de “La Divina Comedia” que tuvimos la fortuna de escucharle; pero, por lo menos, es el que recordamos ahora. A veces desearíamos tener memoria fotográfica para evocar todos esos detalles que se desdibujan con el tiempo; pero nos consolamos pensando que la falta de ésta se traduce en la creatividad de tratar de decir las cosas como la entendemos realmente, no como otros las entienden. Suena como una excusa (de hecho, lo es), aunque más bien es la pura verdad… Era una persona capaz de citar poetas, entre ellos podemos dar como ejemplo adicional al incomparable Rubén Darío. Siempre hemos considerado ésta una verdadera virtud y como tal sentimos admiración por quien la posee. Insisto, no hay vehículo mas adecuando para develar alguna característica personal que la anécdota. Por esto seguiremos con otra: Una noche del pasado año comenzamos hablando de la Música Académica, conversación que vino al caso cuando contó que el anterior Domingo en la noche se había quedado dormido escuchando un concierto televisado, olvidándosele poner las baterías al reloj despertador. Despertó como a las tres de la mañana, por lo que pudo tomar las previsiones para no quedarse dormido en la madrugada. Confesó que, cuando joven, esta música no era de su gusto. De hecho, bromeaba preguntando “¿es Semana Santa?” cuando alguien la escuchaba. En esto se hacía eco de la costumbre generalizada de transmitir Música Académica durante la Semana Santa, a fin de no mezclar la música mundana con la solemnidad del momento. Hemos de decir a los jóvenes que todavía imperaba esta costumbre en la década de los sesenta… pero se perdió unos años después. En nuestra conversación continuó evocando como un buen día fue a ver una película. Se trataba del memorable filme “Fantasía”, de Walt Disney; cuyo recuerdo desde el mismísimo día de nuestra plática quedó asociado a él… Afirmó haberse quedado “atornillado” al asiento hasta el final. No podía creer que esta música fuera tan bella. “Del cine salió otro hombre”, añadió, no exento de emoción. Cuando suceden cosas de este tenor se debe a un giro radical en la visión, a un cambio brusco de conciencia… En este caso se debió a la liberación de la sensibilidad, superlativa herramienta capaz de acceder donde la más avanzada maquinaria del ser humano no puede llegar… “Acalla las voces de la razón para que puedas escuchar las voces del corazón”, decía el Maestro. O “el corazón tiene razones que no entiende la razón”. Es necesaria una aclaratoria en este punto: Cuando el Maestro hablaba del corazón no se refería precisamente al sentimentalismo sino a algo muchísimo más avanzado… Desde ese mismo día el Doctor Pedro Millán y su hermano comenzaron a ahorrar, a fin de comprar discos de Música Académica. Al tiempo no tenían muchos, pero los escuchaban muy frecuentemente y con mucho agrado. Esta anécdota, si la hubiésemos conocido de jóvenes, de seguro estaría escrita en una tónica como la utilizada en la sección fija “Mi personaje inolvidable”, del Selecciones del Reader´s digest. Realmente era un hombre culto y consideramos como culto no sólo aquél que lee libros, que admira una Obra de Arte Plástico o que se solaza ante la buena música. También consideramos cultas a aquellas personas que son capaces de degustar con conciencia un fino platillo o un buen licor. Lo anterior también es cultura. Un apreciado Hermano comentó un día que el arte culinario es capaz de sus Obras Magistrales; igual que la música, la pintura, la escultura u otra manifestación artística. El gusto, como cualquier herramienta de la sensibilidad, puede educarse para disfrutar del hecho artístico. Algo así sucede con la música, arte que nos hemos dedicado a conocer lo más posible como incansables melómanos. Siendo muy jóvenes, nos chocaba sobremanera la música de Debussy. Claro, para alguien acostumbrado a las transparentes piezas del preclásico, era un salto muy grande; pero el oído evoluciona si se tiene el ardiente interés… Ahora somos enamorados de la música impresionista… de esas sutiles pinceladas musicales que se desgranan como arco iris de ensoñación en el tiempo… Igual sucede con la comida. Comenzamos a alimentarnos en forma rutinaria hasta que las circunstancias nos permiten hallar a personas cuya curiosidad y sazón nos llevan a disfrutar las cumbres del arte culinario… Pero los jóvenes de ahora no quieren salir del Mac Donalds. Conozco a unos cuya madre es una verdadera maestra del Arte Culinario. Los he visto añadir vulgar Ketchup a una espectacular salsa, producto de la alquimia culinaria. Una verdadera herejía… si podemos pedir prestado este término religioso… Muchos jóvenes ahora son así (gracias a Dios no todos). Esto no lo hallamos en la persona extraordinaria que es causa de estas líneas. Sabía disfrutar de las cosas buenas de la vida cuando era más joven y la salud se lo permitía, entre ellas la buena mesa y la buena bebida. Insistiremos en lo siguiente: Esto, aunque no se considere como tal, es cultura; pues, para nosotros, toda manifestación de la creatividad humana es cultura. Así sea un aparentemente frío programa de computación… Decimos “aparentemente” porque entre las personas realmente notables con quienes hemos tenido la fortuna de alternar estaba una que nos enseñó a ver más allá… El Doctor veía más allá y esta amplitud de miras tuvo como resultado una amplia familia de personas de bien que ahora engalanan al país. Este “mirar más allá” lo dejó con cantidad de amigos incondicionales y agradecidos, medida bastante aproximada de su bondad y buen corazón. Esto de “ver más” allá nos trae a colación otro verso de “La Divina Comedia” (el cual nunca nos citó):
Oh voi che avete gl’intelleti sani,
mirate la doctrina che s’asconde
soto il velame delli versi strani”.
Oh, vos que tenéis el intelecto sano,
mira la doctrina que se esconde
debajo del velo de los versos extraños.
(Paradiso. Canto XXXI.)
El bardo aconseja que no nos quedemos en lo obvio, en lo trillado, que “miremos más allá”. Es tan importante que el ínclito Maestro Fermín Vale Amesti lo utilizó como epígrafe en el capítulo VII (“El esoterismo masónico”) de su fundamental libro “El retorno de Henoch”. Otra virtud del Doctor era su sencillez. Ésta, que podría parecer antagónica con una gran cultura, no lo es en este caso. En esta virtud se nos hizo bastante parecido (como dos gotas de agua) al anteriormente citado Maestro; quien no andaba con ninguna pretensión de ninguna clase, a despecho de su gran sabiduría. El Doctor, semanas antes de trascender, expresó la siguiente frase: “El dinero no es un fin sino un medio para lograr algo”. Esta frase es otra demostración de su calidad humana, afín a la de varios espíritus de calidad que han dejado el mismo mensaje desde tiempos inmemoriales. No era una persona materialista; característica constante en aquellos seres notables, quienes dan al dinero su justa dimensión a pesar del brillo tentador que parece tener para la mayoría de los modernos. No fue rico, pero nunca le faltó dinero; cosa que consideramos la mejor demostración del desprendimiento. No fue de aquellos quienes – como dice la canción – “por el dinero no pueden sonreír”. Otra característica suya, esta vez como galeno, fue su continuo afán por actualizarse; al cual sólo cedió ante los embates de su enfermedad final. Por cierto, es el único médico que conocimos (por supuesto, deben existir más, como es de suponer; aunque ésta fue una característica suya muy singular) que escribía sus récipes a máquina. La mayoría trazan unos galimatías que sólo pueden ser traducidos por los farmaceutas; cosa que, para nosotros, tiene algo de mágico… Para los vulgares mortales, ni idea de lo que está escrito como nombre del medicamento y como posología… Era un hombre de hablar quedo, sin vehemencias (por lo menos, desde que lo conocimos; que no fueron pocos años). No era – de ninguna manera – mal hablado, aunque nos sorprendió hace unas semanas con cierto epíteto bastante fuerte acerca de un personaje público muy característico por su incompetencia. Es tanto el culto actual a la mediocridad que hasta el mismísimo Cristo perdería los estribos… como sucedió en la famosa historia del Templo… Usaba palabras muy suyas; como el epíteto de “mascarrata”, el cual lo caracterizó por muchísimos años y utilizó sin ningún ánimo de ofensa ni nada parecido. Más bien lo calificaríamos como una demostración de cariño… También lo caracterizaban sus giros idiomáticos mexicanos, producto de un postgrado en Ciudad de México… En esto lo imitamos desde un viaje a los Estados Unidos, cuando pedir una “colita” en lugar de “aventón” nos convirtió en blanco de las bromas de todos… O al pedir “un palito” en lugar de “un trago”… Recordamos haberle escrito una carta mientras hacía el citado postgrado, en la cual lo llamamos “Maestro” por el significado de su cercanía durante nuestra corta existencia en aquella época. Podemos decir que sí lo fue, pues su ejemplo nos marcó en varios sentidos merced a la admiración que siempre le profesamos. ¡Uf! Bueno, se nos fue… Pero queda el recuerdo… el buen recuerdo… La muerte de alguien realmente tiene lugar cuando es olvidado. La intención de este escrito (en lo posible, habida cuenta de nuestros humanos límites) es que nunca sea olvidado. En esto nos atrevemos a desafiar a la aparente imposibilidad de hacer un retrato medianamente exacto de una persona; contra el cual conspiran los puntos de vistas personales, la ambigüedad implícita del lenguaje, las disímiles experiencias, las diferentes épocas y demás detalles que hacen singular a una vida en su propio tiempo. Siempre lo hemos alabado y lo hemos recordado, como lo demuestran muchas páginas que hemos pergeñado estando él entre los vivos… En esta condición lo alabamos – permítannos repetirlo - tanto a viva voz como en prosa y lo mostramos ante los amigos como el prototipo del hombre de bien. No lo olvidaremos. Vaya este sencillo homenaje a una persona extraordinaria e inolvidable.

Rubén E. Rodríguez M.

Nota: Publicado originalmente en mi "Space" el 09/01/2008.

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