domingo, 12 de septiembre de 2010

A propósito de los señalamientos del señor Stephen Hawking.

A propósito de los señalamientos del señor Stephen Hawking en su libro más reciente quiero hacer unos comentarios, parte de los cuales utilicé antes para intentar infructuosamente hacer ver los “puntos flacos” del razonamiento de un ateo. Pero el hecho que él no los haya visto no invalida en ninguna manera la pertinencia de dichos comentarios. Conviene recordar lo más importante de los citados señalamientos, publicado por REUTERS en una reseña del 02/09/2010:
"Dado que existe una ley como la de la gravedad, el Universo pudo y se creó de la nada. La creación espontánea es la razón de que haya algo en lugar de nada, es la razón por la que existe el Universo, de que existamos", escribe Hawking.
"No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo", añadió.
La soberbia de algunos científicos es algo de lo que no puedo dejar de sorprenderme. Este asunto de los límites del raciocinio es algo precisamente en el cual trabaja la gravedad: se cae por su propio peso. Pero algunos científicos son como los maridos engañados: son los últimos en darse cuenta. Quería desde hace días abordar este tema de palpitante actualidad, aunque un tanto ahogado en mi país en virtud a la abyecta aberración del sistema político que una verdadera minoría en nuestro nefasto gobierno ha estado tratando de imponernos por casi once años. Muy pocos ven más allá del día a día, con honrosas excepciones, golpeados por la inmisericorde realidad que nos rodea. Pero ayer la cotidianidad misma se encargó de darme las herramientas con las cuales complementar mis ideas mediante el simple hecho de distribuir un monto en los porcentajes de 30 y 70. Cuando apliqué las fórmulas estándar del cálculo de porcentajes, la suma de los montos distribuidos arrojó un total ligeramente inferior al cien por ciento. ¿Qué hice para corregir la suma? Un simple PQC (“p’a que cuadre”) hablando contablemente: calculé el 30 por ciento y el setenta restante lo obtuve restando del total inicial el resultado anterior, procedimiento perfectamente válido aunque no perfectamente exacto; pues los porcentajes calculados tenían una parte decimal más larga que las dos cifras usuales. El lector se preguntará “¿a dónde querrá llegar?” Muy simple: a recordar (no demostrar) que los números son discontinuos y, sin importar la exactitud de nuestros cálculos y la inclusión de conjuntos de números que “llenen todos los huecos”, siempre se quedará algo “por fuera” cuando cotejemos nuestras representaciones numéricas de hechos de la naturaleza con la realidad. De esto se puede inferir que cualquier explicación matemática dejará necesariamente “cosas por fuera”. Parece que algunos científicos olvidan este “pequeño” detalle gracias a esa soberbia de creer que lo saben todo o de que alguna vez lo sabrán todo. ¡Qué tanto jactarse de la ciencia cuando su resultado más bien se ha orientado a aumentar nuestro confort y se ha quedado tan corta en su afán de entender cabalmente el Universo! Claro, en su búsqueda del confort se incluye la salud como punto muy importante. Eso es bueno, pero la ciencia no ha logrado – a despecho de su supuesto y tan cacareado conocimiento – ponerle un punto final al terrorismo, al narcotráfico, a los malos gobiernos, a la corrupción, a la delincuencia, a las guerras, a la polución y a esa gran cantidad de calamidades que aquejan al mundo moderno. Ha producido confort, pero a la vez – en virtud del efecto “Frankestein” – han venido aparejados ciertos “daños colaterales” que nos hacen reflexionar sobre sus limitaciones. ¿Por qué – en paralelo con el aumento del confort – hay tantas tribulaciones en el mundo moderno? Particularmente no soy partidario del “Zero Growth”; más bien abogo por un equilibrio, un camino medio, que nos permita progresar. Pero ¿por qué tantas tribulaciones? Precisamente porque la ciencia busca aumentar nuestro confort a través de la visión reducida que brinda la racionalidad. Hay muchas cosas que se le escapan, precisamente porque sus limitados principios y su alcance, basados en la lógica, son utilizados para entender y utilizar algo que está mucho más allá de la lógica: el Universo. Éste ya existía desde hacía mucho tiempo cuando la ciencia dio sus primeros pasos, por lo tanto, no fuimos nosotros sus creadores. Al no serlo, parece una perogrullada afirmar que la lógica humana no fue utilizada para su creación. O sea, el Universo no tiene por qué ajustarse al raciocinio del hombre porque la mente que lo creó no es humana... porque alguien lo creó. No vamos a caer en el facilismo – una forma elegante de dar nombre a la acción de “escurrir el bulto” - de afirmar “que se creó solo” porque no vimos cuando se creó. Si es así, podríamos tranquilamente afirmar que la Torre Eiffel se construyó sola... Quiero añadir después de todo lo anterior que muchas elucubraciones no llevan a nada. Mucho pensamiento y poca acción. Es más, llama mucho la atención que a través del raciocinio puedan suceder cosas como la siguiente: Cuando se cae en la falacia ad ignorantiam de demostrar que Dios no existe usando como prueba que es imposible demostrarlo y luego se afirma que funciona también en sentido contrario (así es, de hecho). Esto nos debería mover a reflexionar si el instrumento que estamos usando para “adquirir” conocimientos necesita “algo más”. Sucede que sí hay “algo más”, pero estamos tan deslumbrados por la Razón que no vemos más allá... Einstein alguna vez dijo que si en un plano no podía conseguirse la solución a un problema, se intentara en el plano superior... ¿Cómo podemos intentarlo si creemos a pie juntillas que la Razón es el único camino para obtener conocimiento? Hay gente que se ha dado cuenta de esto y ha comenzado a modificar los paradigmas educativos para darle cabida también al hemisferio derecho del cerebro...
Con el ánimo de complementar todo lo anterior, y para que se tenga idea de que las ideas expresadas por el señor Stephen Hawking en su más reciente libro no pasaron inadvertidas en medio de la vorágine política y social que aqueja actualmente a Venezuela, haré unas citas muy ilustrativas tomadas del artículo “El lamentable error de Stephen Hawking“, de Oswaldo Pulgar Pérez, publicado el 09/09/2010 en el diario “El Universal”:

<< No se entiende cómo de la existencia de la gravedad se puede deducir que el mundo se hizo a sí mismo. Eso es tan ilógico como decir que como existen leyes de tránsito, ellas se han confeccionado a sí mismas y además originan -sin intervención de nadie- nuevas leyes.

"Esto ocurre -dice Potter- porque los científicos se encierran cada vez más en sus especializaciones. Uno sabe mucho de las células de la mano, otro sabe casi todo de las escamas del cocodrilo, otro se dedica producir un arroz supernutritivo.

Dice Maxwell: "Una de las pruebas más difíciles para una mente científica es conocer los límites de su propio método". Por Ej. El método de la física trata de los aspectos cuantitativos de los cuerpos en movimiento. Consideremos el asesinato. La acción -coger un cuchillo y clavárselo a otro- puede ser descrita en términos cuantitativos: el tamaño del cuchillo, la profundidad de la herida, y el momento exacto en que expiró la víctima.

Sin embargo, estos datos no nos permiten saber si la persona muerta era inocente, si la acción fue moralmente lícita o ilícita o si el asesino sintió remordimiento.

La ciencia no puede explicar los aspectos cualitativos: ¿Qué es esto? ¿Por qué existe? ¿Quién lo hizo? ¿Para qué sirve? Eso le corresponde a otra ciencia: la filosofía, porque ese es su objetivo específico.

Todo conocimiento científico es verdadero pues no se puede hacer ciencia de lo falso. Pero eso no quiere decir que todo conocimiento verdadero haya de ser científico. Una cultura positivista como la nuestra, construida sobre bases científicas, tiene a creer que lo que no se puede demostrar con la ciencia, no existe.

La prudencia y la humildad son virtudes necesarias para un científico. Razón tiene Paúl Johnson cuando dice que los hombres somos muy soberbios. "Si un Premio Nobel de Física dice algo, incluso si no está relacionado con su campo específico de estudio, enseguida sale en la prensa.

“Puede hablar de cuanto existe bajo el cielo, puede incluso decir tonterías, pero diga lo que diga, uno tiende a dudar de sí mismo antes que de las declaraciones de un Nobel". (Jaki).

Señor Hawking: usted no puede mezclar ciencia y religión porque son conocimientos distintos. Con sus ecuaciones no puede afirmar ni negar la intervención de Dios. Se le escapa como un jabón mojado de las manos. Hable de lo que usted sabe, que no es poco y absténgase de confundir a quienes no han tenido -como usted- la oportunidad de estudiar. >> [Las cursivas son nuestras y su intención es destacar los puntos de mayor relevancia]. [Nota: en este BLOG no aparecen dichas cursivas. Corregir este "pequeño" detalle requerirá familiarizarme un poco más con el BLOGGER.]

Quisiera felicitar al señor Oswaldo Pulgar Pérez por su acertada exposición, de la cual principalmente la frase “La ciencia no puede explicar los aspectos cualitativos” debería hacer reflexionar muy seriamente a cualquiera con sinceras inquietudes intelectuales. Porque precisamente la ciencia es cuantitativa y deja afuera todo lo demás... que no es poco. Claro, en estos casos “de excepción” (¿en realidad serán de excepción?) se echa mano a las estadísticas; herramienta muy imperfecta a tal efecto... precisamente por participar en mucha medida de ese aspecto cuantitativo... En cuanto al colofón del artículo, sólo me resta decir touchè!

Nota: La Falacia ad ignorantiam es un razonamiento en el cual se pretende defender la verdad o falsedad de una afirmación por el hecho que no se puede demostrar lo contrario. La Falacia ad verecundiam es un razonamiento o discurso en el cual se defiende una conclusión u opinión no aportando razones sino apelando a alguna autoridad, a la mayoría o a alguna costumbre.

Rubén E. Rodríguez M.
V-3.552.976.

jueves, 1 de julio de 2010

Atraso de un día.

El día 23/06/2010 envié a mi hija un e-mail a propósito del tema “Atraso de un día”. Esto viene al caso por haberme copiado ella – a fin de preguntar mi opinión al respecto - un e-mail que recibió; en el cual había una presentación en PowerPoint acerca de la prueba irrefutable del “supuesto” atraso de un día que descubrió un contratista de la NASA y que asoció a lo relatado en Josué 10:12-13. Es el e-mail que recibió una demostración palpable de la cantidad de “basura” que corre por la Red. Reproduzco parte del e-mail de respuesta a continuación:

Leí con mucho interés la presentación en PowerPoint acerca del “supuesto” atraso de un día que descubrió un contratista de la NASA y que asoció a lo relatado en Josué 10:12-13: “Y el sol se detuvo y la luna se paró... El sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero.” Según la presentación: << La NASA desarrolló un programa computarizado para saber la posición del sol, la luna y los planetas en el espacio en cualquier momento del futuro, para evitar que estos cuerpos espaciales estén en la trayectoria de nuestras naves espaciales y satélites artificiales, y colisionen contra ellos. Programaron la computadora para hacer el cálculo hacia delante y hacia atrás en el tiempo, pero en un momento dado el programa se detuvo, dando un alerta de un grave error en el cómputo del tiempo. Al revisar el programa, encontraron que la alarma se refería a la falta de un día en el espacio del tiempo que ya ha transcurrido en la tierra. Estaban perplejos, pues no tenían ninguna respuesta a ese problema. Un miembro del equipo mencionó que cuando era niño, en la escuela Bíblica le enseñaron que una vez el sol se detuvo, porque Josué le pidió a DIOS poder continuar una difícil batalla y así pudo ganarla. Le dijeron: “Muéstranos”. Buscaron y hallaron Josué 10:12-13: “Y el sol se detuvo y la luna se paró... El sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero.” ¡Allí estaba el día que faltaba! Verificaron el dato en la computadora, introduciendo los sucesos del libro bíblico de Josué. Coincidiendo con la afirmación de la Biblia de que no fue un día entero, el sistema calculó que la pausa del tiempo era de 23 horas con 20 minutos. ¿Y los otros 40 minutos? El mismo miembro del equipo recordó que en alguna parte de la Biblia decía que el sol había hecho su recorrido al revés... Los científicos pensaron que eso ya era una locura, pero fueron al Segundo Libro de Reyes, Capítulo 20, donde se relata lo siguiente: que el Rey Ezequías, fue visitado en su lecho de muerte por el profeta Isaías, quien le dijo que no se angustiara, porque aún no iba a morir. Ezequías le pidió una señal de prueba. Isaías le dijo: “¿Quieres que la sombra del reloj de Acaz avance diez grados o que retroceda diez grados?” Ezequías contestó “”Fácil es que la sombra decline diez grados, pero no que la sombra retroceda diez grados”. Entonces el profeta Isaías clamó al SEÑOR y DIOS hizo retroceder la sombra los diez grados que había recorrido en el reloj de Acaz... ¡Diez grados en el reloj de Acaz son exactamente los 40 minutos que faltaban en el cálculo de la computadora, y completan el día perdido del Universo! >> Cito textualmente la presentación porque es una gran patraña dicha en nombre de Dios. ¡Válgame Él! Primero citaré una frase muy conocida de Alfred Korzybski: “El mapa no es el territorio.” ¿Qué pretendo al citar esta frase? Que un Programa de Computación como al que nebulosamente se hace referencia en el texto de marras es un modelo del comportamiento sólo de nuestro Sistema Solar. Dificulto que sea de todo el Universo porque todavía no hemos logrado salir de aquél. El Universo no tiene por que funcionar como nosotros lo queremos y, además, nuestro Sistema Solar en un “pequeño rincón” de éste. Segundo, la geometría que habitualmente se usa para estos cálculos es Euclidiana; esto es, sólo se cumple en nuestro “pequeño rincón”, que es un “caso especial” dentro de las distancias inconmensurables del Cosmos. ¿Acaso no han escuchado hablar de la “Curvatura del Espacio”? Tercero, un modelo tal no tiene por que estar sincronizado de ninguna manera con el hecho modelado. Para saber si realmente se “perdió un día”, hay que hacer el cálculo y luego viajar en el tiempo (¡Oh, Doctor Who!) y constatarlo in situ. ¡Tremeda caña! Cuarto, la Biblia es un Libro Inspirado por una Tradición verdadera. No es un libro científico ni una novela de aventuras. Se escribió para ser trabajado en otros niveles de consciencia, en los cuales el pensamiento racional “se tira tres” y debe dar lugar al pensamiento analógico (de corte simbólico), con el cual se evocan esas verdades trascendentes e invariantes que se dejaron en el texto a fin de que puedan ser captadas sólo por las mentes con la debida cualificación. Harto se ha demostrado que interpretarlo de una manera literal y, además, pedestre no lleva a ninguna parte. Otra “fallita” que tiene esta descabellada “teoría” es considerar el tiempo como un “continente homogéneo”, esto es, una entidad únicamente cuantitativa. No lo es. Einstein “mesmo” lo expresó en el contexto de la Relatividad: “no es igual un minuto al lado de tu novia que un minuto sentado en una hornilla encendida.” El tiempo tiene una cualidad que impide reducirlo al mero hecho cuantitativo. El ejemplo clásico se halla al comparar como transcurre el tiempo en una ciudad con como transcurre el tiempo en un pequeño pueblo. El espacio también tiene una cualidad que impide reducirlo al mero hecho cuantitativo. El ejemplo clásico al que me gusta echar mano es el siguiente: imagina a todos los apartamentos que están abajo y arriba del tuyo en el edificio. Todos deben tener la misma área (o muy parecida). Pero, a despecho de la igualdad de ésta, todos serían muy diferentes cuando los visitamos... Esto se llama “espacio cualificado”. En virtud de estas precisiones acerca del tiempo y del espacio, es prácticamente imposible hacer un modelo “exacto” como para calcular la pérdida de un día... pues ni el tiempo ni el espacio son “medidas constantes”... Claro, en “nuestro rinconcito” estos detalles son prácticamente irrelevantes porque las distancias y los tiempos son pequeños... pero cuando comienzan a aumentar la cosa no es tan fácil... Bueno, espero que esto te haya ayudado a disipar la inquietud que me expresaste en tu e-mail. Te quiere. Tu padre.

El día 25/06/2010 le envié un e-mail complementando al anterior:

Sabes que comenté el asunto del último e-mail con el compañero del grupo de estudios en el que participo. Me envió lo siguiente, que quiero compartir contigo (antes me tomé la libertad de corregir la redacción, que era un tanto confusa):
<< Me apresuro a responderle, pues el tema llamó mi atención. Me parece un burdo intento de... bueno, realmente no sabría como calificarlo. Realmente, aparte de todas las consideraciones que usted ya expuso; pero que realmente la mayoría de las personas no sabrían comprender, el asunto del susodicho programa en sí ya se perfila como una farsa, desde mi modesto punto de vista, que pienso explicar un poco para que se lo haga llegar a su hija como ejemplo de que la mala intención del mail se puede apreciar con un simple razonamiento sin llegar a consideraciones de orden más profundo.
En primer lugar, el texto dice que dicho programa fue creado para calcular la posición de los planetas del sistema solar, pues cuando se quieran enviar naves espaciales, satélites, etc puedan calcularse sus trayectorias. Aquí el primer punto de discusión o de sospecha: ¿para que ver las posiciones de los planetas en el pasado? ¿Para que gastar horas de cálculos y recursos para calcular la posición de los planetas miles de años en el pasado? Claramente para mí no tiene ninguna aplicación práctica, a menos que tengan misiones espaciales hacia el pasado.
En segundo lugar, lo que dicho programa puede hacer y hace es calcular la posición de los planetas en base a la posición actual de éstos, y a partir de ese punto calcular hacia donde va o de donde vino, o mejor dicho, donde va a estar y en donde estuvo. Para saber si los cálculos están bien solo hace falta probarlos y ver como se comporta en el tiempo, es decir, anotar la posición de los planetas hoy, esperar un lapso prudencial y volver anotar las posiciones de los planetas. Luego se han de comparar las observaciones con las que predice el modelo o programa. Hasta aquí todo bien porque vamos hacia adelante en el tiempo, pero ¿cómo hacemos con el pasado? Podemos calcularlo, pero no podemos verificarlo; salvo que tengamos una fuente suficientemente confiarle y documentada que provenga del pasado. Pero, para este caso en particular, el punto es que lo ocurrido con Josué sucedió hace ya bastante tiempo, alrededor de 5500 años. Por simple lógica necesitaríamos conocer al menos la posición del sol el día antes del evento para comparar con los cálculos y determinar que no hay una concordancia, es decir, que el sol no está donde debería estar.
Por último, en un modelo de esa magnitud, un error de un día, es decir, de los más de dos millones de días transcurridos entre el evento de Josué y el presente, se va solo en el redondeo; y eso es tomando los días como unidad mínima, ya que si lo llevamos a horas o a minutos, sería más que despreciable, y claro está, las misiones espaciales se miden en horas y minutos.
Bueno, no me pienso extender más sobre el tema, aunque tocaría hablar todavía del reloj de Acaz, reloj que nadie sabe como era ni como se dividía el tiempo en él. En el texto original hebreo se utiliza la palabra מעלות MA’alot (pasos), lo cual no da ninguna idea precisa sobre el tema. Concluir que diez "pasos" son 40 minutos realmente no tiene ningún fundamento. >>
Creo que este texto sirve de complemento al que te envié. Además, hace unas salvedades interesantes que conviene tener en cuenta (“...como ejemplo de que la mala intención del mail se puede apreciar con un simple razonamiento sin llegar a consideraciones de orden más profundo”). Por eso me encanta compartir con gente “cualificada”, pues sus ideas sirven para complementar las nuestras. En otras palabras, se aprende... A veces la inquietud expuesta no es tan importante como las respuestas a que da lugar a posteriori... Te quiere. Tu padre.

El día 26/06/2010 le envié un e-mail complementando a los dos anteriores:

Sabes que han continuado los comentarios sobre este tema con el compañero del grupo de estudios en el que participo, comentarios que reproduzco a continuación:
El objeto del presente e-mail es continuar “sacándole punta” a este tema tan interesante que me hizo recordar unas investigaciones que emprendí hace muchos años, las cuales dejé a un lado acicateado por cosas más “trascendentes”. Déjame citarte (hice algunas correcciones, más que nada añadiendo acentos y mejorando el estilo): << La verdad [es] que este mail dio bastante tela que cortar y de una manera [u] otra fue una especie de ejercicio mental. Con todo y eso, al rato me fui a dormir sin siquiera pensar más en el tema. De repente, al despertar, lo primero que me vino a la mente fue que se me pasó lo más obvio: el movimiento del Sol durante el día, en la tierra, no depende del movimiento del Sol en el espacio, sino del movimiento de rotación de la tierra sobre su propio eje, y esto, claro está, no tiene nada que ver con el cacareado programa de la NASA. >> Mi respuesta a tus afirmaciones es una simple interjección francesa: Touchè! Diste en el clavo, pues ése era el detalle que faltaba... Algunos autores, Immanuel Velikovsky entre ellos, han afirmado que el “atraso” del sol referido en la Biblia se debió a un cataclismo que cambió el eje de la Tierra. Claro, el citado señor no tiene muchos seguidores en la comunidad científica porque “sus tesis son irreconciliables con la Mecánica Celeste de Newton” (ver artículo “Worlds in Collision” en WIKIPEDIA). “Worlds in Collision” es el nombre del libro publicado por el citado autor en 1950, el cual ha causado tanta polémica que hasta el mismísimo Carl Sagan tomó posición en contra en su libro “Broca’s brain. Reflections on the Romance of Science”. Por cierto, leí hace muchos años las dos obras citadas. Me está dando ganas de hacerlo de nuevo...
Bueno, te dejo esa inquietud en el aire. Te quiere. Tu padre.

Rubén E. Rodríguez M.

miércoles, 30 de junio de 2010

Comentarios del 24/02/2007 (“Mr. Denton on doomsday”).

Nota: Estos comentarios contienen “spoilers” (referencias a la trama de películas o episodios de series de TV), así que recomendaría su lectura después de haberlos visto; pues no es muy agradable que nos cuenten la historia por anticipado. Nos encanta llegar hasta el final sin tener la idea anticipada de éste (claro, a veces resulta tan obvio que no hacen falta “spoilers”).

Anoche tuve la oportunidad de ver el tercer episodio de clásica serie de TV “Twilight Zone”, conocida en español como “La dimensión desconocida”. La traducción literal de “Twilight Zone” es “zona crepuscular”; que vendría a ser esa zona de “duermevela”, en la cual suceden cosas extrañas… Este tercer episodio se tituló “Mr. Denton on doomsday”, que podría traducirse libremente en “El señor Denton en el día del juicio”. La palabra “doomsday”, en inglés, podría referirse al día del “Juicio Final” o a una situación tan importante como para cambiar un futuro… El guión corresponde al inefable Rod Serling. Digo inefable porque no ha aparecido hasta ese episodio; aunque, según los créditos, él es el narrador (hay que tomar en cuenta que la serie está doblada al español). De hecho, la puesta en ambiente – los antecedentes – son narrados al comienzo de la acción. Este episodio está ambientado en el “Far West” o, como decimos en español, el “viejo oeste”. Todo comienza un día soleado, cuando un hombre sale de un “Saloon” (Cantina o Bar) como si alguien lo hubiera empujado. Pasa a través de la infaltable puerta batiente y, trastabillando, llega al límite del piso de madera para caer en la tierra de la calle. Detrás sale un grupo de los también infaltables pendencieros del pueblo (o los “guapos” del barrio, como los llamaban la gente de antes); quienes hacen mofa del hombre que, con bastante dificultad, trata de ponerse en pie. El jefe de ellos (un Martín Landau jovencísimo; el mismo de infinidad de papeles como actor secundario y protagonista de la famosa – hace unos cuantos años – serie de Ciencia Ficción inglesa “1999”), con una botella en la mano, le pide que cante y le ofrece un trago si lo hace. El otro – Benton – es el borracho del pueblo. Se levantó a duras penas apoyándose de un caballo amarrado frente al “Saloon”. Comienza a cantar con voz destemplada y el jefe de los burlones le paga rompiendo el pico de la botella en una de las vigas que sostiene el techo, para lanzarla luego al medio de la calle. Todos se burlan y entran de nuevo a la cantina. Benton camina con dificultad hacia la botella rota y bebe de ella lo que puede, derramándosele casi todo el resto de su contenido sobre la camisa. Se deja caer en medio de la calle y queda acostado allí con los ojos cerrados. Resulta que, a poco pasos, un misterioso personaje – que presenció en silencio toda la escena – permanece de pie a un lado de una conspicua carreta negra; la cual tenía anuncios a los lados identificándola como propiedad de un tal Henry J. Fate, vendedor de “toda clase de cosas”. La palabra “fate”, en inglés, significa “destino”. Muy sugestivo, ¿no? Éste extraño personaje se acerca al borracho y, sin que este se percate de ello, coloca sobre el suelo un revolver a pocos centímetros de su mano. El ebrio se levanta y, extrañado, toma el arma; para luego levantarse con dificultad. En ese momento sale una de las chicas del “Saloon”, con su infaltable atuendo de mesera del oeste, quien se le acerca condolida por la situación en que lo ve. Le extraña verlo armado y el hombre le explica que halló en revolver en la calle. “De seguro alguien lo perdió”, comenta. No creo que nadie pierda una cosa así, a menos que haya sido muerto o sea algo del “destino”. Respondiendo a una pregunta de la chica, él le cuenta las causas por las cuales había caído tan bajo. Había sido un gran pistolero, uno de los mejores. Tanta era su fama que, casi todos los días, venía alguien a desafiarlo; siendo el resultado invariable: El otro resultaba muerto. Un buen día alguien vino a desafiarlo y, como siempre, él venció. Resulta que esta vez se trataba de un muchacho de diez y seis años. Después de ese día comenzó a beber para dominar los nervios, cosa que lo condujo irremediablemente a ser el borracho del pueblo. Los pendencieros vuelven a salir y comienzan de nuevo a burlarse de él. Se acerca a la puerta del “Saloon” y allí le ofrecen de nuevo un trago “si canta”. Nadie había reparado en el arma que portaba descuidadamente en la mano derecha. La muchacha le pide al jefe de los pendencieros que dejara en paz al pobre borracho y aquél le increpa duramente, indicándole que no se inmiscuyera en el asunto. El “bartender”, con su infaltable chaleco, se asoma detrás de las puertas batientes y también le dice unas palabras en el mismo tenor; pero el “guapo” patea violentamente dichas puertas. En ese instante repara en el arma que portaba el borracho. Inmediatamente lo desafía mientras que el señor Henry J. Fate, al otro lado de la calle, hace un gesto muy significativo. El borracho le ruega que no lo rete y comienza a manipular descuidadamente el revolver, de cual se escapa un disparo que arranca el arma de la mano del otro justo unos instantes después de haberla desenfundado. Queda sorprendido y, la chica, para evitar males mayores, invita al Benton a ingresar al “Saloon”; apoyada por el “bartender”, quien aún permanecía detrás de las puertas batientes. Ya adentro le ofrecen un trago, pero entra el jefe de los pendencieros en busca de lo que consideraba la revancha. Otra vez Benton le pide que no lo rete; pero el otro desenfunda y, bajo la mirada significativa de Henry J. Fate, quien permanecía silencioso a las afueras del Bar – justo detrás de las puertas batientes -, se le escapó un disparo después de un manejo descuidado del arma. El proyectil rompió la cadena que sostenía una lámpara colocada justo sobre el jefe de los pendencieros, a quien le cayó el artefacto encima. Todos se quedaron sorprendidos y Benton se acercó al caído, a quien abofeteó cuando se puso de pie mientras le decía “esto es por haberte burlado de mí”. Todos comenzaron a tratarlo con respeto y hasta decirle “señor Benton”. Le ofrecieron tragos, pero él abandonó el lugar diciendo que “iba a rasurarse”. Cuando caminaba en dirección al “Barber Shop”, situado justo al frente del “Saloon”, la mesera lo alcanza y conversan de nuevo. Benton le dice que debe rasurarse porque siente que todo volverá a ser como antes y “quiere estar preparado para cuando le toque”. Se refería precisamente a su muerte. En una escena posterior, algo aislada de la acción principal, aparece intentando disparar contra una lata colocada sobre una cerca. Su tembloroso pulso le impide atinar. En la noche, solo en su casa, recibe la visita de dos jóvenes; quienes afirman haber escuchado que era un excelente tirador. Le invitan a las diez de la noche del siguiente día a enfrentarse en el “Saloon” con el pistolero rápido que los había enviado. Comenzó a rogarles, con el fin de evitar un enfrentamiento, pero se detuvo repentinamente. Había comprendido que era inútil hacerlo. Les dijo que aceptaba el reto y estaría puntual en el lugar convenido. Los jóvenes se retiran y se queda sumido en profundos pensamientos, hasta que un ruido en la calle llama su atención. Se trataba del señor Henry J. Fate, quien estaba hurgando una caja al lado de su carreta. Benton va en su busca. A acercarse aquél se presenta. Le dice después que vende de todo: Telas, ropa, linimentos y concluye una regular lista con un sugestivo “y pociones mágicas”. Después le ofrece una poción, sin costo alguno, que tiene la particularidad de concederle “por sólo diez segundos después de haberla tomado” una puntería perfecta. “Podría acertar a una moneda de Dólar a cincuenta metros”, concluye. Afirma, además, que puede probarla y le indica un lejano farol. El incrédulo Benton toma un sorbo de la poción y de un certero disparo apaga el farol sin haber transcurrido siquiera cinco segundos. Antes de despedirse el señor Fate le recuerda que debe enfrentarse a su “fate” (destino) e insiste en que debe tomar la pócima diez segundos antes de disparar. A las diez de la noche del siguiente día estaba en el “Saloon”, el cual estaba colmado de curiosos. Había llegado con adelanto a la cita. Un médico, con gesto grave, esperaba con su maletín sentado a una mesa cercana a un extremo de la amplia barra. Entra el retador, quien es un joven que parece más bien el hijo bonachón de un ranchero que un pistolero avezado (encarnado por un también jovencísimo Doug McClure; quien también fue un reconocido actor secundario y protagonista de muchos “Westerns”). Después de un breve diálogo, Benton toma su pócima y observa que su contrincante hace otro tanto. Sin salir de su sorpresa dispara y el otro hace lo mismo al instante. Ambos quedan heridos en las manos que empuñan los revólveres. El médico los revisa y diagnostica que nunca más podrán usar armas, pues sus manos quedaron dañadas. Se retira el retador; quien sorprende a sus compañeros, que lo esperaban afuera, al contarles el resultado de la justa. Benton reconoce que enfrentó su destino y salió bien, pues no tendría la necesidad de enfrentarse más nunca a nadie en duelo de pistoleros. ¿Qué les pareció el argumento? A mí me pareció buenísimo, a pesar de nos ser muy amante del tema “Western”.

Rubén E. Rodríguez M.

Comentarios del 24/02/2007 (“One for the angels”).

Nota: Estos comentarios contienen “spoilers” (referencias a la trama de películas o episodios de series de TV), así que recomendaría su lectura después de haberlos visto; pues no es muy agradable que nos cuenten la historia por anticipado. Nos encanta llegar hasta el final sin tener la idea anticipada de éste (claro, a veces resulta tan obvio que no hacen falta “spoilers”).

El pasado 22/02/2007 en la noche tuve la oportunidad de ver el segundo episodio de la clásica serie de TV “Twilight zone”, conocida en español como “La dimensión desconocida”, cuyo título es “One for the angels” (“Uno para los ángeles”). El guión era también de Rod Serling. El resumen del argumento es el siguiente: Un hombre de sesenta y nueve años, vendedor callejero, consigue a un extraño personaje dentro de su apartamento después de un día de trabajo durante un caluroso verano. Éste comienza a leerle sus datos personales, que tenía anotados en una libreta negra, los cuales eran bastante detallados. Repentinamente el anciano recordó haber visto al mismo desconocido escribiendo en su libreta a unos metros más allá de donde había estado vendiendo durante el día; justo al frente de un edificio público, cuya fachada estaba guarnecida por gruesas columnas apoyadas en el tope de una amplia escalinata. El misterioso personaje resultó ser la Muerte, quien le informó que esa misma medianoche debía marcharse. Por supuesto, el anciano puso excusas y el visitante le enteró de las posibles “apelaciones” que podían aducirse para retardar el inexorable evento. Una podía ser que debía efectuar todavía un trabajo de importancia capital, algo así como un descubrimiento científico. Otra, la existencia de cosas pendientes; a lo que el anciano atajó diciendo que nunca había volado en helicóptero, cosa que presentó como un asunto pendiente suyo. La Muerte, sin inmutarse, recalcó que los pendientes debían de ser de índole especialmente importante. A esto el anciano replicó diciendo que tenía pendiente hacer “la mejor venta de su vida”, pues nunca hacía sido muy buen vendedor. Logra convencer a la Muerte de poner como condición previa a su partida el haber hecho “la mejor venta de su vida”. Ésta accede, pero el mortal se pasa de listo diciéndole después que nunca más se dedicaría a la venta. La Muerte se pone seria y afirma verse obligado a actuar de una manera más dura. Bajan las escaleras en dirección a la calle y, cuando llegaban a la puerta de entrada al edificio, oyen un frenazo seguido de un rumor de personas agitadas. Salen a la calle y el anciano encuentra atropellada por un camión a una niña de ocho años, amiguita suya, quien quedó en estado crítico. El anciano sospechó que la Muerte había producido esta situación y ofreció acompañarlo como estaba previsto si la niña se salvaba. La Muerte se negó en redondo. Ésta se había marchado cuando el médico llegó y, después de examinarla, afirmó que “esperaba una crisis a la medianoche”. En la noche el anciano se colocó con su maletín de vendedor abierto a la puerta de la casa de la maltrecha niña. A un cuarto para las doce de la noche se presenta la Muerte, quien afirma venir a una cita en esa casa en exactamente quince minutos. Pues, el hombre comienza a convencerlo a comprar, echando mano a todas las artes de un veterano vendedor. Logra venderle muchas cosas y, al final, se vende él mismo como servidor leal. La Muerte no puede resistirse a este poder de convencimiento, a esta labor de ventas, del viejo y falla a la cita por escaso un minuto. Esto implica que la niña se ha salvado, después de lo cual éste afirma que está listo para acompañarlo según lo previsto inicialmente. Ambos se marchan caminando tranquilamente, alejándose de la casa de la niña. Excelente guión. Y, como en muchos episodios, ninguna parafernalia tecnológica…

Rubén E. Rodríguez M.

viernes, 18 de junio de 2010

Comentarios del 20/02/2007 (Periodismo Vital).

A continuación resumo un par de e-mails enviados a Luisa Díaz hace unos cuantos años, esto es, el 20/02/2007:

Sabes, a veces me da por escribir cuentos “extraños”. Como decía mi finada madre: “Vainas de él para después reírse”. A veces son cuentos abiertos, que permiten al lector imaginar el antes y después… Claro, te miento si los escribo “ex profeso”. Simplemente se me ocurren así y dejo correr la pluma (no en sentido figurado porque en ésa época acostumbraba a utilizar una estilográfica de las usadas por los dibujantes, pero ahora dejo correr los dedos en el teclado). Creo que deben haberte pasado cosas semejantes: Como, por ejemplo, comenzar a pintar un cuadro sin ningún plan… Vainas de locos… Pero, citando un refrán famoso en el mundo de la computación, “no hace falta ser loco para trabajar aquí, pero ayuda”. Tengo varios cuentos del mismo tenor. Tres de ellos están en “Rubén E. Rodríguez M. Own Space”. También, en varios de mis viejos cuadernos, tengo cuentos bastante largos en los cuales me explayo a gusto en mis viejas y queridas tramas con sabor a “Realismo Fantástico”. Éste termino fue usado con profusión por Jacques Bergier y Louis Pauwels en su famoso libro “El retorno de los brujos” para definir esas cosas “extrañas” que se cuelan en nuestra realidad cotidiana. Siempre creemos que ésta es la única realidad “real” (perdona la redundancia, pues la usé sólo con intención efectista), pero yo he sospechado desde hace muchos años que vivimos un “caso particular” en la Gran Realidad del Universo… Quiero citar unas frases tuyas del anterior “e-mail”: << En fin… creo que a nosotros nos toca tratar de extraer lo mejorcito de ésta situación… porque la debe haber... lamento mucho que el daño que esta ideología ha producido a la psique del colectivo venezolano sea sólo conocida por unos pocos... quizá con un poco de conciencia al respecto, este señor tuviera los días contados… Pero nuestro pueblo le agrada regodearse en la ignorancia… repetir patrones y mantenerse en la zona de comodidad... >> Mi opinión al respecto: ¡Touchè! En dos platos, como decía la Vieja Vicenta, has dicho una verdad del tamaño de una catedral… Por eso me gusta hablar con gente de avanzada; pues, si siempre acostumbramos a hablar con ignorantes, seremos cada vez más ignorantes. Y no te digo esto por dorarte la píldora. Muy al contrario. Al César lo que es del César... Por esto me gustaba andar con gente mayor cuando era joven, pues sentía – sin saberlo racionalmente – que con ellos podría aprender... Esto de escribir es muy bueno y, en esta costumbre hay implícita otra, la de llevar un recuento escrito de cosas que me suceden y de noticias que tienen mucho significado para mí. Esto lo llamo, y perdona el abuso, “Periodismo Vital”; término que yo mismo acuñé en mi novela (ésa misma de la cual te he entregado unas partes). Sabes que ayer lunes fueron presentadas unas imágenes inéditas del último recorrido de John F. Kennedy en Dallas momentos antes de ser asesinado. Se trata de una película muda, filmada en 8 mm, donde aparece una radiante Jacqueline Kennedy saludando animadamente a la multitud. Las imágenes fueron tomadas menos de 90 segundos antes de los disparos que mataron a Kennedy. El filme de 40 segundos también muestra la escena del crimen. Cito textualmente parte de la reseña de la “Reuters”: << El abrigo del presidente está claramente levantado en su espalda, un detalle que será estudiado por quienes sostienen la teoría de la conspiración ya que, entre otras cosas, las heridas de bala en su abrigo y cuerpo parecen no coincidir. La película fue donada al Sixth Floor Museum de Dallas por el fotógrafo amateur George Jefferies y su yerno, Wayne Graham. La misma fue presentada en coincidencia con el feriado por el Día del Presidente. >> El penúltimo párrafo de noticia reza así: << El video más completo y conocido del asesinato de Kennedy que salió a la luz fue realizado por el transeúnte Abraham Zapruder. >> Hago esta acotación porque el video de Zapruder es el que se ha mostrado harto de veces, resultando ser parte del suceso histórico. Aquél video, por el contrario, era desconocido hasta ahora y puede arrojar alguna luz sobre este misterio que pronto tendrá cincuenta años. ¿Por qué me refiero a este hecho en concreto? Porque hay dos hechos muy importantes en el Siglo Veinte que siempre me han intrigado y que siempre he tratado de investigar a fondo: El WuWa o WunderWaffen, el Proyecto Atómico Nazi, y el asesinato de Kennedy. Siempre se me antojó que, de no haber sucedido las cosas de esta manera, nuestro presente fuera muy diferente… El asesinato de Kennedy, para mi, fue un evento tan fuerte que recuerdo claramente hasta el momento y el lugar donde escuché la noticia. En ese momento era un niño de doce años y ya mis temas de conversación eran cosas de adultos… Y escribía cuentos… Recuerdo que, en esa época, comencé a escribir uno en el cual estaba bastante influenciado en la Ciencia Ficción “Post Atómica”; corriente literaria del género caracterizada por cierto pesimismo, derivado del temor de que la “Guerra Fría” diera lugar a una “Guerra Caliente” (léase “Guerra Atómica”). No llegué a concluir el citado cuento y perdí los papeles después de prestárselos a un psiquiatra amigo de la familia, quien estaba interesado (y creo que intrigado también) por mis inquietudes tan fuera de lo común al medio ambiente donde me desenvolvía. Sabes, recuerdo parte de la trama y creo que podría reemprender su escritura… Pero sería menos pesimista… Por allí todavía conservo los papeles de trabajo de una novela que debió ser la primera, en lugar de “Mónica o el extraño poder” (título sugestivo, ¿no?). Se trata de “El fantasma de la princesa” (o algo así, no lo recuerdo bien ahora; aunque este título es igual de sugestivo al anterior). Tengo también la trama en la mente, en espera sólo del tiempo y lugar oportunos. Tardé diez y ocho años en completar mi primera novela, más que nada porque me casé y las prioridades comenzaron a ser otras. Con el tiempo volvieron las viejas prioridades, al entender que lo material y las otras personas pueden perderse fácilmente; no así los trabajos mentales y espirituales. Estos escritos inconclusos y perdidos traen a colación al británico Temple (desgraciadamente no recuerdo ahora su nombre de pila), quien debió comenzar a escribir varias veces su fenomenal cuento de Ciencia Ficción “El triángulo de cuatro lados”, pues perdió varias veces el manuscrito. Pero “como el que persevera vence…” Resulta que este caballero era soldado de la famosa unidad “Desert Rats” (“Ratas del Desierto”) – al menos eso recuerdo del preámbulo a este cuento leído en una vieja antología - y los vaivenes de la guerra le arrebataban su hijo. Esta unidad británica se destacó en el desierto del Norte del África en la Segunda Guerra Mundial y hubo de habérselas con carajos tan arrechos como el “Herr Generalfeldmarschall Erwin Rommel” (“Señor General Mariscal de Campo Erwin Rommel”), el mejor general alemán de la guerra… Al fin los británicos lo pudieron vencer en el cuarenta y dos casi a las puertas de Egipto. Un buen trabajo del también Mariscal de Campo Sir Bernard Law Montgomery… Déjame darte un resumen muy breve del argumento del cuento. Se trata de dos científicos que se enamoraron de la misma mujer y, no habiendo modo de resolver el “impasse”, le sacaron una copia… Así los dos quedaron con su enamorada. De allí el título “El triángulo de cuatro lados”. No recuerdo el final porque lo leí hace más de treinta años, pero me están dando ganas de buscarlo y volverlo a leer; a fin de averiguar si perdió su sabor después de tantos años (a veces sucede). Perdona por alejarme del tama. Cuando fue asesinado Kennedy tenía yo trece años. Todavía recuerdo que recibí la noticia en la sala de la casa de los Laguado; una familia que nos tenía alquilada una inmensa habitación compartida con mi hermana, tres años mayor que yo, mi madre y mi abuela. Con esa familia, a pesar de habernos mudado de su casa a los pocos años - en virtud del progreso inevitable que produce un trabajo arduo y sostenido -, todavía nos atan lazos de profunda amistad. Casi parecen familia nuestra. La casa queda en la subida de Altamira, que comienza justo al frente del edificio del Seguro Social de la Avenida Principal de “El Cementerio”. En aquel tiempo tenía un amplio terreno al frente y la construcción era de ladrillos de concreto desnudos, esto es, sin frisar. Ahora la construcción ocupa toda el área, sin terreno libre, y no es de ladrillos desnudos. Bueno recibí la noticia en la sala y recuerdo haber mirado a mi izquierda, justo hacia la habitación contigua. Hice un comentario del que no me acuerdo, el cual me pareció una estupidez minutos más tarde. No sólo son cosas de niños porque de adulto me ha pasado… Esto pasó más o menos un año antes de la muerte de mi prima Fanny.
A propósito de la referencia al cuento “El triángulo de cuatro lados” transcribo los siguientes dos extractos de una entrevista al escritor de CF español Gabriel Bermúdez Castillo, que hallé en Internet respondiendo a mis investigaciones sobre las inquietudes en relación a este cuento:
<< La obra es “El triángulo de cuatro lados” de William F. Temple. En ella, dos hombres (Roberto y Guillermo) están ardientemente enamorados de la misma mujer, Elena. Ella, a su vez, ama a Roberto. Problema insoluble, al parecer, puesto que el amante despreciado jamás conseguirá satisfacer su amor. Insoluble, desde luego, para la literatura normal, o para el mundo de la realidad, Pero no para el mundo de la CF y para su correspondiente literatura, pues da la casualidad (si no, no habría historia) de que Guillermo es el inventor de un aparato capaz de duplicarlo todo... desde objetos a seres vivos. Tras algunas dudas, la muchacha accede a ser duplicada, para que su doble sea la esposa del inventor y enamorado defraudado. Ya estamos planteando la pregunta: "¿Qué sucedería sí...?" ¡Complétela el lector! >>
<< Y desde luego, El triángulo de cuatro lados, en la cual el problema planteado no tiene solución, puesto que la duplicación de Elena resulta ser tan enormemente exacta, que su doble (Dolly) sale de la máquina tan enamorada de Roberto como la Elena original lo estaba. Pero como es una excelente muchacha, capta la situación al instante, disimula, y se casa con el (de momento) feliz Guillermo... Los problemas que vienen más tarde, y que terminan con la muerte de Guillermo, y de una de las chicas (¿cual?) corresponden ya a otro plano. >> ¿Qué te parece la volada? Fumado el asunto...

Rubén E. Rodríguez M.

miércoles, 16 de junio de 2010

Comentarios del 21/02/2007 (“Where is everybody?”).

Nota: Estos comentarios contienen “spoilers” (referencias a la trama de películas o episodios de series de TV), así que recomendaría su lectura después de haberlos visto; pues es “maluco” que le cuenten a uno la historia por anticipado. Nos encanta llegar hasta el final sin tener la idea anticipada de éste (claro, a veces resulta tan obvio que no hacen falta “spoilers”).

A veces sucede, cosa atribuida indudablemente a la edad (que no es poca), que se me “espanta” el sueño en la madrugada; situación que aprovecho para hacer algo, en especial trabajo intelectual. Aunque a veces sucede, como durante la madrugada de hoy, que decido entretenerme. A tal efecto tuve la oportunidad de mirar el primer episodio de la clásica serie de TV “Twilight zone”, conocida en español como “La dimensión desconocida”, transmitido originalmente el dos de Octubre de 1959 (hace poco). El episodio se llama “Where is everybody?” (“¿Dónde están todos?”) y está doblado al español con aquellas voces tan familiares por haber sido asiduo de la serie en mis años mozos. Trata de un hombre, vestido con una braga de aviador, que aparece en un camino solitario y llega a un Café de camino; consiguiéndolo completamente solo y, para su sorpresa, con una rockola encendida y el café hirviente aún sobre la hornilla de la cocina. Sigue a pie por una carretera que pasa al frente y llega a un pueblo, donde consigue todos los locales comerciales abiertos sin ningún alma adentro. Así está hasta llegar la noche, cuando entra en un estado de desesperación tal que comienza a oprimir desaforadamente el botón de peatones de un semáforo. En ese momento aparecen reunidos unos militares de la fuerza aérea, sentados en una especie de anfiteatro provisional, quienes presenciaban a través de un monitor de TV como aquél gritaba como loco y presionaba continuamente el “panic button” en un modelo de cápsula espacial aislada instalada en un hangar. Resulta que el hombre era un astronauta en la fase de entrenamiento de un viaje a la Luna, quien había sido dejado solo en la cápsula por más de cuatrocientas horas hasta que la desesperación de la soledad lo hizo oprimir el citado “panic button”. El guión es del inolvidable Rod Serling, quien era el presentador de la serie; aunque no aparece en este episodio, pero yo recuerdo algunos en los cuales aparecía expresando algunos dramáticos comentarios sobre la temática tratada en éstos. En la presentación inicial se escuchan algunas frases, emblemáticas ya, entre las cuales está una muy famosa en Venezuela hasta hace relativamente poco tiempo: “Todo es posible en la Dimensión Desconocida”. Apostaría que quien pronuncia estas frases en el original es el mismo Rod Serling, pues era la misma voz que lo doblaba en los episodios en los cuales él aparecía. El guión y el tratamiento de éste se me hicieron excelentes. Puede observarse que, con un buen guión y una buena actuación, pueden obtenerse resultados extraordinarios sin tanta parafernalia tecnológica... A pesar de sus cuarenta y siete años, amén del dizque “handicap” de estar filmado en blanco y negro, este episodio me pareció buenísimo; con un “suspense” digno del genial Alfred Hitchcock. No perdió su sabor, a pesar del paso de los años, para quien aprecia el buen arte. Y dicho sea de paso, muchos cineastas han filmado y filman en blanco y negro, aún siendo mucho más fácil hacerlo en colores. El hecho de extraer el máximo de las posibilidades expresivas en la imagen de este tipo de filme requiere de mucha destreza y sensibilidad. Hasta el mismísimo Steven Spielberg no cedió a la tentación de filmar en blanco y negro: “La lista de Schindler”. Y le quedó genial… A despecho del tema tan duro…

Rubén E. Rodríguez M.

martes, 15 de junio de 2010

Comentarios del 15/02/2007 (Land of the Blind).

A continuación haré la adaptación de un e-mail enviado mi gran amiga Luisa Díaz, quien es un excelente cultor de las Artes Plásticas, el día 15/02/2007. Estos comentarios contienen “spoilers” (referencias a la trama de películas o episodios de series de TV), así que recomendaría su lectura después de haberlos visto:

Te recomiendo (no para que te deprimas sino como “cultura general”) el filme “Land of the Blind”, realizado en 2006. Lo traducen como “En tierra de ciegos”. Te recomiendo que lo recomiendes, para ver si alguno de esos “ciegos” que andan por allí quiere salir de la oscuridad. Los protagonistas son Ralph Fiennes, quien hace papel de Joe y es el mismo protagonista del memorable filme “El paciente inglés”. Lo recuerdo también como el malvado oficial de las SS en “La lista de Schindler” y el excéntrico John Steed, de la versión en largo metraje de los “Los vengadores”. Este último papel me fascinó sobremanera porque lo hizo en forma excelente, aparte de que me fascina ese personaje desde la serie homónima de hace más de treinta años. John Steed es el clásico “gentleman” inglés, con modales exquisitos y una excentricidad muy británica. Como contrapunto en el filme “Land of the Blind” tenemos al veterano y excelente actor Donald Sutherland, quien hace el papel del Dictador Thorne. Una trivia, por si ves la película, es que tiene dos actores secundarios conocidos por mí: Marc Warren, quien hace el papel de Pool. Este joven actor ingles participó en el episodio 10 de la temporada 2 (“Love and monsters”) de la serie de TV “Doctor Who” (2006) como Elton Pope. También participó en el primer episodio (“Currahee”), segundo episodio (“Day of days”) y tercer episodio (“Carentan”) de la miniserie “Band of brothers” (2001), producida por Steven Spielberg, como el soldado Albert Blithe. También participa como actor secundario Ron Cook, quien hace el papel de Doc, un oftalmólogo transplantado a interrogador en lo que eufemísticamente se llama un “Campo de Reeducación” (yo lo llamaría más bien un “Campo de Lavado de Cerebros”). Este veterano actor inglés participó en el episodio 7 de la temporada 2 (“The idiot lantern”) de la serie de TV “Doctor Who” (2006) como Magpie. Como ves: Me persigue el “Doctor Who”. Ambos capítulos citados son de los mejores para mí… A continuación te transcribo – después de traducido - el comentario escrito por un usuario de la Base de Datos de Filmes que acostumbro consultar: << Un drama político sobre terrorismo, revolución y el poder de la memoria. En un lugar sin nombre y ni tiempo, un soldado idealista llamado Joe comienza a tener una amistad ilícita con un preso político llamado Thorne, quien eventualmente lo recluta para un sangriento golpe de estado. Pero en el mundo post-revolucionario, lo que Thorne pidió a Joe lleva a los dos hombres a un amargo conflicto, conduciéndolos a la locura hasta que los co-conspiradores de Joe concluyan que deben borrarlo de la historia. >> Este comentario es lo suficientemente ambiguo como para que veas de que se trata el asunto sin contarte demasiado de la película. Los comentarios siguientes me fueron sugeridos por la almohada después de haber visto ésta: << Esta película me impresionó por las circunstancias tan familiares a las que vivimos actualmente. Se trata de gente que toma el poder para imponer un cambio retrógrado, cuyo dirigente (Thorne) se me parece muy afín a esa cantidad de “revolucionarios” que esconden bajo este epíteto un amargo resentimiento social. La única forma de imponer tal estado de cosas es por medio de la represión, en la cual se envía a Campos de Reeducación (eufemismo que define una vulgar prisión política) todas aquellas personas que no se amolden a lo considerado “revolucionario”. Personas que, para el colmo de las “coincidencias”, son llamadas “contrarrevolucionarios”; término muy caro al monstruo vestido de piel de cordero cuyo nombre es Fidel Castro. Este destino le toca a Joe, un héroe de la revolución (así, con “r” minúscula; para ser fiel a la estatura de quienes imponen este bodrio), quien rehúsa firmar un juramento de lealtad al régimen. En los Campos de Reeducación le lavan el cerebro (o, por lo menos, lo intentan; dejándolo a la postre en un estado de suma confusión). Una técnica que me llamó la atención era que reunían a los detenidos (epíteto correcto para este caso) y comenzaban a repetir la pregunta: “¿Qué es mejor que un jugoso bistec?”. Al rato, después de haberla repetido lo suficiente, la respondían: “Un trozo de pan”. Con esto intentaban, a fuerza de la repetición, invertir una creencia. El afán de cambio que conlleva la imposición de esta clase de sistema político llega a una forma tal que comienzan a numerar los años desde cero, cosa que me recordó a la Revolución Francesa; cuando los líderes decidieron cambiar los nombres de los meses del año, como si con esto pudieran borrar la historia y presentar una nueva conforme a su afán de cambio. Otro punto que llamó mi atención en el filme fue que, a las mujeres, se les obligaba a vestirse de tal manera que sólo se les viera la cara. Lo único que faltaba era la burkha… En este detalle se parece mucho a lo sucedido en Afghanistán después de tomar el poder los Talibanes. Bueno, todo termina cuando una de estas damas, vestida de la forma someramente descrita y quien forma parte de un grupo de personas cercanas al dictador, acuchilla a éste cuando disfrutaba del relax de una bañera llena de espumosa agua. >>
Bueno, te dejo eso. Pero, ojo, no con el afán de deprimirte sino con el ánimo de darte herramientas para combatir tanto “cabeza hueca” que anda por allí. Como conclusión te citaré un afán emblemático de la Vieja Vicenta: “Mijo, no te preocupes, que el entierro de Dios no ha pasado”. O, citándola de nuevo, “todo tiene solución menos la muerte”.

Rubén E. Rodríguez M.
V-3.552.976

sábado, 12 de junio de 2010

A un niño.

Hallábame en mi estudio. Mis ojos fatigados de trabajo se desviaban en busca del placer de la naturaleza. ¡Caray! Era tarde. Me había abstraído de tal manera en mis escritos que el tiempo había transcurrido raudo, como cometa llevado en alas de un tempestuoso viento. Me hallaba como aislado, ido de este mundo. Tal era habitualmente mi sentir después de mucha concentración. ¿Sería yo quien me hallaba allí, o era otro, a quien sentía a través del velo de mi embotamiento?
Me levanté y enfoqué mi vista hacia los límites de esa estancia tan querida. ¡Vaya que me sentía bien en ese lugar! ¡Era como un oasis! Tres de las cuatro paredes estaban cubiertas de estantes de libros. Miles de tomos. Los tenía de todo tipo. Había Obras Cumbres, Cuentos de Hadas, Obras sin trascendencia... Los libros, en realidad, son como los hombres. Los hay de todo tipo. Hay Hombres Cumbres, Hombres de Cuentos de Hadas, Hombres sin trascendencia... ¡Cómo no van a ser como el Hombre mismo! De él salen, aunque después tengan vida propia, como la tienen los hijos...
Miré el resto del amplio lugar. A mi lado, esa mesa tan acogedora, amplia como las ideas con las cuales me ha tocado lidiar. Sobre ella tenía todo lo necesario para ese trabajo tan querido como es el de escribir. Con cariño deslicé una mano sobre la madera barnizada, del mismo color y textura que los estantes. Era esa madera, tan noble, tan apreciada, tan bella. Parecía increíble ser el mismo material con el cual se hace el papel, tan relacionado conmigo, tan necesario a mi progreso.
Reparé, entonces, en la mesa del laboratorio; con su parafernalia de matraces, retortas, tubos de ensayo y todas esas cosas relacionadas con la aparente frialdad de las Ciencias Naturales. Digo "aparente frialdad" porque dichas ciencias no son tan frías como todos creen. Sucede que no sabemos ver en ellas el Arte del Gran Dios, Creador y Padre del todo el Universo. ¿Hay frialdad en el verdadero Arte? ¡Claro que no! Y menos en el Arte del Altísimo.
Me froté los ojos y continué observando lo que siempre veía. De tanto ver, dije alguna vez con otras palabras, no observamos. Así que observé. Me tomé esa pequeña incomodidad, la cual, a fuerza de costumbre, no la sería tanto. El pizarrón, con algunas fórmulas matemáticas borrosas, me llamaba desde su plataforma rodante. Tenía tiempo sin usarlo. Era testigo de esas sesiones de docencia que tanto me hacían disfrutar. ¡Vaya! ¿Desde cuándo no enseño a alguien algo interesante? No recordaba. Esto me hizo sentir inútil. He estudiado muchas cosas, las conozco, y hace mucho que no imparto esos conocimientos. ¡Dios, dame la oportunidad de dar luz a mis semejantes!
Miré los cofres, también de madera barnizada, cerca de las mesas; pero lo suficientemente alejadas de los estantes para no impedir en forma alguna su uso. Allí se encontraban, cuidadosamente almacenados, aquellos implementos necesarios para todo. Cuando digo todo; quiero decir, precisamente, todo.
Sonreí, por lo extraño de las oraciones con las cuales definía mis ideas, y me dirigí hacia el extremo de la habitación no ocupado por los estantes de libros. Pasé al lado de un juego de recibo moderno, muy acolchado y cómodo, que combinaba con todo el mobiliario. ¡Parecía increíble! Esos muebles modernos combinando con la severa madera... ¿Insólito, no?
Frente a mí, como un mural real, observé los amplios ventanales de vidrio que traslucían la realidad natural exterior. ¡Cuántas veces fue testigo de mis afanes contemplativos! Una claridad azulada, en contraste con la blanquecina luz de las lámparas fluorescentes, se presentó ante la cristalina ventana. Era la tarde, cerca de las seis, hora con su especial vena poética y soñadora.
Nada me iba a separar del vibrar sutil de la Naturaleza, así que abrí una de las hojas del ventanal y salí a la aireada terraza. La brisa me acarició el rostro. Era tierna, como la mano de una mujer amante y cariñosa. Sentí dolor. Sólo me acaricia la brisa, mas no mujer alguna...
El paisaje me sonrió, como deseando hacerme olvidar mi soledad. Al frente se erguía una amplia colina, casi escondida en la bruma lechosa, rellena de destellos de un sutil añil. A mi izquierda se explayaba un llano de verde suelo como reflejo de un cielo blanquecino, cuyas nubes eran casi invisibles. A mi derecha, estaba tendido un valle entre dos altas colinas. Un río, incansable y murmurador, se deslizaba en su fondo. Los rayos, tangenciales, de un sol somnoliento se miraban las caras en esa agua fresca, pura. Atardecía. Al final del valle, entre las columnas de las colinas, fallecía el día. El horizonte, rojizo de sangre solar, bullía con el afán de continuar la claridad; pero el Gran Iluminador impedía y no daba prórroga a aquel día que obligatoriamente debía dar lugar a la noche. Así es El. Equilibrio. Un extremo, luego otro; sin llegar a tocarlos. Él es justo. Por eso la noche sigue al día, y viceversa. Invariablemente. Aunque hubo excepciones. De eso podemos preguntarle a Josué, en el Antiguo Testamento...
Me sentía poético. Deseaba tener a mi amada cerca y tañerle las cuerdas de mi corazón, en una canción dorada como su alma de niña. Era mi hora, en la cual los raudales de mi inspiración se abrían como los cielos cuando Noe abordó el Arca Bíblica. No. No sólo en ese momento se abrían. También cuando ella se hallaba cerca, cuando me sonreía. Aún cuando su preciosa imagen llenaba mi mente. Era mi Musa encarnada. ¿Qué sería de mi si no existiera? Una vida vacía, casi sin sentido, como lo fue cuando no tenía la suerte de tener cerca esa preciosidad hecha mujer, ese Ángel escapado del Paraíso.
Fui testigo de la incandescente lucha del sol, en su violento afán de evitar ser arrastrado por las tinieblas. Infructuosa. Inútil, como mi lucha por salvar ese Matrimonio que estaba predestinado al fracaso. Atestigüé, como incontables veces en el pasado, su lenta y heroica agonía. A pesar de su dolor, tuvo ese gesto tan gallardo de sonreír y despedirse de mí, antes de desaparecer, engullido por la creciente negrura. Una lágrima de emoción surcó mi rostro. El heroísmo y la entrega siempre han tocado una fibra profunda de mi ser.
Estuve en silencio, pensando en incontables asuntos, hasta la aparición de las estrellas. Esas lejanas luminarias me recibieron con chispeante alegría, contentas de verme. ¡Hola!, les dije, con el amor que siempre han despertado en mi ser. Me respondieron del mismo talante. Me acompañaron, fieles, hasta que sentí la necesidad de retirarme. En ese momento se despidieron, sin perder un ápice de su presencia de ánimo. Esa constancia en la felicidad es una lección suprema, hermosa, para sobrevivir a los vaivenes de la fortuna. No tuve yo la misma constancia, pues sentía la necesidad, la atracción, de no permanecer allí por tiempo indefinido. No todo es contemplación... El hombre necesita de la acción para desarrollarse, así como las plantas requieren la luz benefactora del Astro Rey.
Entré de nuevo a mi estudio. No quise seguir trabajando, así que me encaminé hacia la puerta, oculta a un lado de los estantes de la derecha, para retirarme a un merecido descanso. Subí las escaleras alfombradas. ¡Cuántas veces lo he hecho! Cuando llegue al nivel superior no quise pasar a la cocina, a pesar de tener apetito. Tampoco quise entrar en mi cuarto, a pesar de estar agotado. Me sentía muy grande para caber en cuatro paredes. ¡Lo que hace el Arte! Decidí, entonces, salir. Decidí, entonces, hacer algo diferente a la rutina diaria. ¡La creatividad artística llevada a la vivencia cotidiana! Esta idea me llenó de un aliento sutil, lleno de connotaciones casi mitológicas.
El sol, meridiano, hirió mis ojos al abrir la puerta. Los cerré, en un ímpetu de protección y de disfrute del aire cálido. Respiré con fruición, disfrutando el correr del vital y sutil elixir por mis vías respiratorias. ¡Qué hermoso es estar vivo!
Abrí mis ojos para disfrutar de ese paraíso, lleno de hermosa vegetación. A mi izquierda, hablaba incansablemente una pequeña cascada con su lenguaje cristalino y fresco. El agua seguía una corriente, límpida como el aire de otoño, que se perdía en la espesura, a la derecha de la casa.
La azul y luminosa bóveda celeste me impresionó con su vida. El dorado de los rayos solares parecía inexistente ante ella, no así sobre mi piel, tan ávida de calor. Me quedé admirando, sintiendo con todo mi ser, este espectáculo por unos minutos; hasta que un ruido me sobresaltó.
Una risa de niño castañeteó cerca de mí. ¡Oh, sorpresa! ¡De ella está llena la existencia...! Lo busqué con la vista, azorado, hallándolo en un cochecito cerca de la cascada.
Me miraba con ojos limpios de mundo, con las pupilas llenas de un deseo de búsqueda no comenzada todavía. Me acerqué y le sonreí. La ternura rebozó en mi corazón maltratado por las amargas vicisitudes de la vida. El niño, que no sabía de esas cosas, respondió la sonrisa con esa totalidad del ser tan característica de ellos. Eso me enterneció aun más y mis ojos se llenaron de lágrimas. Le acaricié los suaves cabellos y me respondió con sonidos guturales, faltos de sentido literal, pero plenos de sentido emocional. Lo levanté, sosteniéndolo muy pegado a mi pecho. Se quedó como hipnotizado oyendo mi corazón y, de vez en cuando, me mostraba una sonrisa desdentada, plena de un cariño puro y noble.
¡Tan pequeño y tan vivaz...! ¡Cómo no va a ser tan vivaz! ¡Sólo responde a mi cariño! Una pregunta me atormentó. ¿Habré tratado a mi hija con suficiente amor en su primera época en este mundo? Si no lo hice así, que el Gran Dios me perdone. En todo caso, le pido que me deje vivir de nuevo esta situación de Padre de un recién nacido, para poderla disfrutar con toda esa intensidad con la que debe disfrutarse.
Mi mente viajó doce años en el tiempo, en dirección al pasado. Había una niña de meses en mis brazos, con los ojos fijos en las luces parpadeantes de un Árbol de Navidad. Por momentos, experimenté de nuevo esa grata experiencia, la cual dejó en mi ser un pálido reflejo de momentos felices. Temí no haber disfrutado lo suficiente de esas pequeñas cosas grandes regaladas por los pequeñuelos. ¡Dios! ¡Qué inconscientes somos! ¡Dejamos pasar el tiempo y no disfrutamos lo suficiente del milagro de un recién nacido!
Lo miré y pedí todo lo mejor que pueda desearse como regalo a un bebé. Y aún más. Pedí sensibilidad, para conmoverse ante Dios, ante la Naturaleza, ante el Arte, ante los demás Seres Humanos. Pedí fortaleza, para resistir las duras lecciones de la vida y los embates crueles del mismo Ser Humano. Pedí inteligencia, para conseguir esa ave traviesa y escurridiza que es el éxito. Pedí un corazón comprensivo, para entender todas esas cosas necesarias a la vida. Pedí amor, para repartir en un mundo tan falto de este sentimiento. Pedí tantas cosas buenas que, si se cumpliera sólo la mitad, este niño estaría, al crecer, a la altura de esos pocos caminantes cuyas sendas han marcado pautas en la Historia.
Bueno. Me han enseñado a ser ambicioso con mis deseos. Cuesta lo mismo desear algo pequeño que algo grande. Por eso pedí en grande para el niño. Pero..., ¿no estaré pidiendo demasiada evolución, tanta que lo haga sufrir al ver la inconsciencia de sus demás congéneres? ¡Dios, ahora sufro yo! No se si pedí lo correcto... Este es el riesgo de pedir...
Lo acaricié de nuevo. Le hice cosquillas, a las cuales respondió con una risa argentina, de transparentes sonoridades. ¡Bello niño! ¡Sus Padres deben estar muy orgullosos!
Levantó sus manos en dirección a mi cara, en infructuosa respuesta a mi cariño o en búsqueda inútil de mis lentes, ambas cosas confundidas en esa pequeña cabeza infantil. Hizo como el anticipo de un futuro mohín de desencanto. Reí por eso.
¿Qué puedo pedir por ti, pequeño niño?
Me devanaba el cerebro en busca de la respuesta a esa pregunta, al parecer tan simple. El seguía sonriendo y, a pesar de su sensibilidad, no acababa de comprender ese adulto enredo.
¿Qué más puedo pedir para ti, si no es la capacidad de ser feliz?
Sentí emoción al llegar a esta especie de solución del acertijo vital propuesto por la presencia del pequeñuelo. El se hizo eco de mis sentimientos, sin saber su naturaleza. ¿Para qué ha de comprenderlos? ¡Con vivirlos basta! ¡Oh, bello niño! ¡Tan poco tiempo en el mundo y me enseñas, de la misma manera sin palabras, con el mismo estilo mudo de los más grandes Maestros!
Acosté, momentáneamente, al niño en el cochecito. Sus protestas no se hicieron esperar, en forma de un llanto desconsolado. ¡Le gustaba estar conmigo! Me apresuré a despojarme de los zapatos y subir los ruedos del pantalón, con la refrescante intención de hundir los pies en el agua. Tomé de nuevo en mis brazos al pequeño e hice lo anterior, para sentarme a la ribera del torrente. Así dejó de llorar y volvió a sonreírme. Continué entreteniéndolo y entreteniéndome, en un solaz puro, revitalizador. Una de mis virtudes, cuando quiero, es la inventiva en esos juegos con los niños. Especialmente los juegos simples, sin necesidad de la fría tecnología moderna.
¿Por qué dije que es una de mis virtudes "cuando quiero"? No lo sé. A veces me cohibo con algunas clases de niños. Interferencia del adulto, quizás. Simplicidad infantil, tal vez.
Lo senté sobre mis rodillas y comencé a hacerlo saltar con impulsos de mis pies. Se reía a borbotones, en un grácil revolotear de pájaros saltarines. A ratos hablábamos en ese lenguaje infantil, suerte de Esperanto, pleno de palabras sin sentido, gestos amplios y caricias amorosas. ¡Nos entendíamos! ¡He aquí la desesperación de los psicólogos! ¡Podíamos entendernos! Esto sonaba a imposible para un adulto, a despecho de su altiva "madurez".
¿Realmente nos entendíamos? Creo que si, con la condición previa de ampliar el sentido de lo que es "entender". No tiene que haber un razonamiento para hacerlo. La sensibilidad nos llena ese vacío en una forma a veces más perfecta, en su capacidad totalizadora. ¿Necesitamos entender un paisaje bello, grato a los ojos y al corazón? No, realmente. ¿Necesitamos entender la música? No, al contrario, necesitamos vivirla. Conviene alejarnos un poco de ese intelecto que, usado solo, nos ha llevado a la abyecta aberración del inhumano mundo moderno.
Sentí pesimismo, pero esos ojillos me llenaron de esperanza. ¡El futuro está en mis manos! Noté que el niño no era pesimista, tampoco optimista. Simplemente, era. Hallábase ese estado de sensibilidad plena, de vacío absoluto de contenidos vanos y confusos. ¿Sería eso lo buscado desde hace milenios, en miles de caminos contradictorios, pero conducentes al mismo lugar? Creo que si.
¡Enséñame a ser como tu!
Me sonrió y, voluntarioso, se dispuso a hacerlo.
Lo intentó por mucho rato, sin éxito, a pesar del intenso empeño. Al fin se dio por vencido, con un gesto anticipado de disgusto. ¡Este discípulo es lerdo! ¡Qué difícil es enseñar a un adulto a retornar al estado puro de su más tierna juventud!
¡Vaya! Ser siempre adultos nos hace mal. Nos aleja de una fuente de inagotables experiencias vitales. Olvidamos como ser niños de nuevos. Serlo es importante, más importante de lo que se pueda pensar. "En verdad os digo. Cuando seáis como niños entrareis en el Reino de los Cielos."
Me dispuse a sentir el pulso vital de todo. Traté, en mi imperfecta sensibilidad de hombre maduro, de reproducir, de "modelar" la actitud de este bebé.
Todo el paisaje, heterogéneo, comenzó a aglutinarse en un ente total, indiviso, al poco rato. Era todo y, a la vez, nada. Era yo y, a la vez, no lo era. Sentí una sutil unidad con el Universo, vivencia cumbre contadas veces experimentada, aunque inolvidable como tesoro del alma. Son esos momentos en los cuales el observador y lo observado se unen en un todo difícil de separar, imposible de describir. Asamprajñasamadhi, es el rimbombante nombre en Sánscrito para este estado. ¡Por lo menos eso creo! ¡Oh, viejo Hinduismo, que vienes en nuestra ayuda cuando la occidental mente se desvanece en las alas de lo inefable!
Al principio, mi corazón, en su ritmo vital, se escuchaba en golpes severos, incansables, inexorables como la imprecisa gradación entre presente y futuro. El corazón del pequeño, en un tic tac sutil, pero no menos importante, entró en una hermosa armonía con el mío. Ambos se sentían como el revolotear de dos aves en pos de la libertad, en búsqueda del escape de los grilletes de la materia, de los límites de la forma. Nosotros dos, a pesar de la diferente edad, éramos lo mismo: Caminantes de la Vida.
Todos los sonidos rítmicos se unieron en una sinfonía indescriptible, de la cual la humana música es pálido reflejo. Al fin llegaron a un sonido único, que no era sonido. Mi mente no podía aprehenderlo. Se revolvió, incómoda, al notar la existencia de algo inexplicable, mucho más grande que ella. No me importó, pues la dejé en el camino, como se deja un automóvil inservible.
Todo era uno. El niño y yo éramos uno. El niño, todo y yo éramos uno; pero, a la vez, conservábamos nuestra individualidad. Miraba, no pensaba y me dejaba deslizar por los recovecos indescriptibles de la realidad. ¡Creo que así siente el niño!
No recuerdo lo que siguió, sólo que experimenté un irrefrenable deseo de acostarme en la grama con el niño en el pecho. Así lo hice. Ambos nos quedamos dormidos plácidamente, perdiéndonos en el melifluo sopor del sueño.
- ¡Hola! - una voz femenina me despertó.
Abrí los ojos. La silueta de una mujer estaba a mi lado, rodeada por un halo solar intenso, áureo. Había algo familiar en ella, aunque lejano...
- Buscábamos al niño - al lado de ella se escuchó una voz masculina, con acento extranjero. La silueta del poseedor de esa voz también se hallaba rodeada por el mismo halo solar.
- Disculpen... - me levanté azorado, tratando de no despertar al pequeño, quien continuaba felizmente dormido en mi pecho. Lo tomé con delicadeza, entregándolo a unos amorosos brazos femeninos.
- Lo hallé solo y me dediqué a jugar con él. Luego nos quedamos dormidos... - expliqué, un poco nervioso. ¡Irían a pensar que lo rapté, o algo por el estilo!
Como respuesta, recibí las sonrisas de ambos, demostrando comprensión.
Ya de pie, observé con cuidado a los maravillosos padres del niño. La felicidad irradiaba de ambos y yo, en interna emoción, los colmé de bendiciones.
- Deben estar orgullosos de él - dije, con sonrisa emocionada.
- Toda la familia lo está - ella lo mecía en sus brazos, con la delicadeza de la brisa en el campo.
- ¡Deseo lo mejor para él y para ustedes! -.
- ¡Gracias! - dijeron al unísono.
- Debemos irnos ya - el padre habló, a la vez que acariciaba suavemente la cabeza del pequeño. Este se movió, sin despertar.
- Si, es algo tarde - agregó la madre, mirando a su bebé con esa ternura, ese amor, sólo posible en esas mujeres benditas por el preciado don de la Maternidad.
- Fue un gran placer estar con ustedes - toqué tímidamente una manito del niño, quien sonrió en sueños. Sentía tristeza por la separación.
- Igual para nosotros estar contigo - respondieron y se retiraron sonrientes.
- ¡Gracias, Rubén! - inesperadamente, la madre se volvió por unos segundos. Sus ojos, felices, no sé que fibra tocaron en mi interior. Sólo sentí un deseo contradictorio de saltar de alegría y, a la vez, llorar de amarga tristeza.
Me quedé en este estado de emociones antagónicas mientras los veía desaparecer a un lado de la cascada. Reiteré mis bendiciones y, a la vez, pedí la realización de algo ajeno a ellos; pero mío propio, de un deseo oculto en mi corazón.
¡Quiero ser padre de nuevo!
Dios me respondió con la dulce y dorada caricia de los rayos del sol...



DAS ENDE


Rubén Edgardo Rodríguez Muñoz

Escrito del 04 al 28 de Febrero de 1994.
Corregido el 13/12/1994.
Corregido el 09/06/2010.

viernes, 11 de junio de 2010

Fanny.

Muchos años han transcurrido desde aquella dolorosa partida. Su figura se tornó ya borrosa, mas no así ese cariño que siempre le tuve. Es una pena no recordar sus rasgos. Decían que era bonita. A mí, personalmente, se me antoja verdadero este aserto de muchos, pues evoco sólo una nebulosa idea de lo positivo de ella después de su paso por el mundo de los vivos.
Un recuerdo, a medio camino entre la vaguedad de las tempranas experiencias vitales y cierto aire de epopeya cotidiana, contenido en las antiguas historias familiares, se hace de mi sensibilidad. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Aunque estén olvidados en su mayor parte!
"¿Y qué haces recordando "viejos tiempos?", me pregunta aquel habitante que comparte el interior de mi ser. Es mi alter ego, quien no acepta el conformismo y siempre juzga severamente el móvil de cualquiera de mis actos.
- Bueno, mijo. ¿Y tú que quieres? - dije, entre un suspiro amplio y sonoro -. Ni recordar puedo ya... -.
"¡Qué vaina! Me salió delicado el muchacho...", la voz se apagó como en una especie de chanza, a la cual yo sonreí con ganas de soltar la carcajada.
- A esto parece conducir el trabajar tanto tiempo con programas de computación - afirmé, en voz alta, sin importar la opinión de cualquiera que pasase ante la puerta abierta de mi oficina -. Estás de atar, Rubén... -.
Vuelvo a sonreír. Me gusta hablar conmigo mismo. ¿Es locura? No lo sé. Tal vez hablo con el que mejor me entiende, mi mejor amigo. ¿Cuántas veces me he encontrado envuelto en amplias sesiones dialécticas con mi otro yo, con ese ser de amplio espíritu crítico, a quien difícil es engañar? ¡Cómo lo necesito! ¿Qué haría yo si no existiera? ¿Cuántos errores hubiese cometido sin la presencia de esa lógica férrea, no exenta de sutil humanidad?
Recuerdo a Anthony Robbins, quien agrega una clasificación de los seres humanos - tan arbitraria y tan útil a veces - a las ya existentes. Él habla de los "igualadores" y de los "diferenciadores", entre cuyos extremos pueden añadirse sutiles gradaciones. Yo, personalmente, me considero "igualador". Soy de aquellos que buscan igualdad en las diferencias, mientras que mi otro yo participaría de las opuestas características. Esto es, buscaría diferencias en las igualdades...
- Mira, "abogado del diablo". Me eres absolutamente necesario. De ninguna manera te estoy dorando la píldora... Al contrario, reconozco tu virtud de hacerme ver cosas invisibles a mis características "igualadoras". Pero, haciendo honor a la verdad, ¡como molestas...! Eres más fastidioso que bailar un bolero con la hermana... -.
Noté cierta indulgencia invisible en el también invisible ser.
- ¡Ah, Fanny!. ¡Cómo quisiera recordar tu rostro! - dije, con emoción, pero mi infaltable sombra interrumpió repentinamente el cambio de rumbo hacia la idea que revolotea en mi inspiración desde hace varios días. Considera casi a nivel de pecado el hecho de privarla de toda mi atención por un segundo siquiera.
- Hombre, quédate tranquilo. Ya tendrás muchos momentos. Por ahora, déjame rendirle un homenaje a alguien que significó mucho para mí... -.
Hubo un silencio comprensivo dentro de mi ser.
Cuando me devano los sesos en vano intento de traer a mi mente sus facciones, un indefinido sentimiento conmueve mi pecho. Por esa imagen etérea siento amor, mas no logro saber de cual tipo. ¿Estaría yo, chaval menor de quince, enamorado de mi prima? ¿O sólo la recuerdo con ese cariño brindado a familiares lejanos? ¡Caray! Difíciles preguntas... Hasta arriesgaría un diagnóstico psicológico "diletante" al respecto. Por los bloqueos que surgen al tratar de evocar más detalles, estoy casi seguro de haber estado enamorado de ella. ¡Cómo imagino ese tierno corazón infantil latiendo por aquella muchacha que me llevaba tal vez el doble de la edad! Hubo otros amores infantiles, flores cuya fragancia percibo aún hoy en día. No me arrepiento de haberlos experimentado, pues son muestra de aquel sentimiento tan profundo que puede albergar un ser por otro del sexo opuesto, aunque algunas veces se origina en una confusión entre admiración y el verdadero amor entre humanos de diferente género.
- ¡Ah, Fanny! ¡Cómo quisiera recordar tu rostro y no situaciones esqueléticas, rasgos muy generales de hechos que alguna vez me hicieron vibrar! -.
Trato de irme al pasado, tripulando esa máquina del tiempo que es la memoria, y me veo en aquella vieja casa, situada de Pinto a Gobernador. Salvando el estrecho zaguán, suerte de cámara compensadora entre el mundo impersonal de la calle y el sagrado calor del hogar, se encontraba la puerta de entrada, que se me antoja de madera antigua, pintada de gris brillante. A continuación se me presenta un pequeño recibidor, abierto a un corto patio interior por el lado opuesto. Al lado derecho de la puerta del zaguán, e invisible desde ésta, conseguimos la puerta de la sala. Esta parte de la casa tenía algo que siempre llamó mi atención: ¡Un piso de madera! Largos listones barnizados vibraban bajo mis pies cuando entraba en el recinto, amenazando con su inquietud echar al suelo no sé cual lámpara situada en unos de los rincones. La sala tendría el mismo largo del zaguán, unos tres a cuatro metros, pero su ancho sería de unos cinco a seis. ¡Espero no ser traicionado por la memoria!
Hacia la calle, dos altísimas ventanas, de grandes hojas pintadas de un color parecido al marrón, daban un aire de vetustez al ambiente. Cada hoja tenía, en su parte inferior, una pequeña ventana que se abría independiente. Unas rejas coloniales cortaban el paso libre de la calle hacia el interior, en una suerte de balcón pequeño, quien sabe si testigo de incontables idilios...
Los muebles, con sus largos y arqueados brazos de obscura madera barnizada, ocupaban el lugar. Parecían formar parte de una indeterminada raza de animales antediluvianos. Según mi gusto actual los clasificaría de "romanúos", como decía la gente de antes... En un rincón, el viejo televisor de tubos, cuya marca se pierde en la indefinición del tiempo. ¡Cómo hace falta algún recurso para recordar esos detalles! Era ese artefacto muy extraño en comparación a los modernos. La pantalla tenía bordes con curvaturas más pronunciadas, el tubo era de un resaltado gris claro. Además, producía imágenes en blanco y negro... cosa inimaginable para un moderno televidente. Siempre sucede, al visualizar ese artefacto, que se presenta ante los ojos de mi mente la imagen del desaparecido Francisco Amado Pernía leyendo las noticias del "Observador Creole". O también evoco alguno de esos programas especiales, cuyo fin era recolectar fondos para la Sociedad Anticancerosa, cuando un violín era ejecutado durante uno de los múltiples números musicales…
Al lado del pequeño recibidor, a la derecha cuando miramos desde la entrada, estaba una puerta de madera obscura, cuidadosamente barnizada. Conducía a la habitación de mi tía Zaidah, del mismo largo de aquel, aunque un poco más estrecha. La tía Zaidah... La existencia de esta mujer tuvo mucho más influencia en mi vida de la que pude reconocer hasta hace pocos años. De ella aprendí, por su sólo ejemplo, el gusto por los libros y la buena música. Tal vez también cierta capacidad para la imposición de manos...
Hablaba con Fanny en el recibidor. Era un día indefinido, durante un tiempo indeterminado, en el transcurso de una tarde remota. ¿Sería 1963 o 1964? Quien sabe… Estábamos sentados frente a frente. Yo sobre ese banco gris de superficie rugosa y ella en uno de los muebles, a un nivel un poco más bajo que yo. Le hablaba de la invasión de los Aliados a Sicilia, durante la Segunda Guerra Mundial. El estudio de este gran conflicto bélico me apasionaba, aún me apasiona, dándome un conocimiento por el cual describía esta batalla en particular con el aire dramático de un participante. El relato era una "menage" de cosas leídas en el "Selecciones" - probablemente de otros encuentros de armas - y en una revista argentina de historietas, cuyo tema casi único era el conflicto más destructivo de la historia. No recuerdo el nombre de la revista. Es una lástima haber perdido esos ejemplares que conservaba con sumo cuidado, pues parecían ser muestra de una gran calidad artística ante un joven inexperto. Tanto fue la influencia de ellas que varias veces llegué a pensar en aprender el arte del dibujo de historietas.
Sí, el tema casi exclusivo de éstas revistas era la Segunda Guerra Mundial. Digo casi exclusivo porque algunas veces se dejaban deslizar, entre sus series de cuadros de dibujos en blanco y negro, cosas de otra índole. En ella fue donde conocí, en cuadros de historieta, el "Martín Fierro", de José Hernández.
Todavía suenan en mi mente esas palabras curiosas, esas situaciones ajenas, casi de otro mundo, que despertaban algo indefinido en mi espíritu. Por un momento, vinieron a mi mente esas aventuras de ensueño entre estancias, taperas, pleitos de facón y cruces de palito puestas por "haber muerto tanta gente"... Hace poco tiempo, después de unos treinta años, llegó a mis manos la obra original. Extraordinaria. Me causó un gran deleite leer esos cantos, esas aventuras de un Gaucho en el incierto devenir de la existencia. Hoy disfruto de sus versos, cuyo lenguaje impresionante me llena, a la vez, de envidia y de admiración...
Realmente, me gustaba conversar con Fanny. El recuerdo de esa tarde imprecisa se ha convertido en una especie de símbolo suyo... Pero, a decir verdad, era yo quien parecía hablar más. Ella escuchaba en silencio la mayoría del tiempo. Más de una vez me pregunté - para mis adentros - si estaba analizándome, si podía dejar de lado sus estudios de Psicología mientras escuchaba a este chico soñador...
Simultáneamente a la animada conversación - en algunas pausas breves - trataba yo de entender esas "lagunas mentales" que decían afectar a Fanny. ¿Se perderían trozos de su pasado en una espesa niebla? ¿O, de repente, se olvidaría de quién era o de dónde estaba? ¿Serían exageraciones de mi abuela paterna, o mi "Tatá", como la llamé desde muy niño? A mí me parecía estar conversando con una muchacha normal, tal vez algo taciturna...
Según me fue informado, dichas "lagunas mentales" habían sido diagnosticadas por médicos, y comenzaron después de un accidente automovilístico en la Cota 905, en el cual su novio había quedado inválido. Parecía ser que se sentía responsable de tan trágico evento, pues ambos venían discutiendo momentos antes del suceso. ¿Se trataría de que ciertos recuerdos se hallaban bloqueados por un profundo sentimiento de culpa?
Bueno, sólo Dios sabe lo sucedido en realidad... Por ahora, me queda la intriga del exacto significado del término "lagunas mentales", esgrimido por los médicos. Alguna vez procuraré precisarlo...
Por cierto, el hecho de bloquear recuerdos me resulta muy familiar. Me sucede bastante. Tal vez esta sea la causa del olvido de tantos aspectos sutiles... ¿O será que, simplemente, no me fijaba en los detalles, quedándose éstos en quien sabe cual rincón de la memoria? ¿Y si el origen radica en ambas causas?
Buena pregunta. No había reparado en las dos últimas posibilidades hasta ahora, cuando trato de entrar en las tinieblas de mi pasado... Es lo bueno de escribir, pues nos impulsa a profundizar en los temas, a investigarlos, a agotarlos.
No recuerdo más de Fanny hasta cierto día de mayo, cuando venía de clases a almorzar en esa misma casa donde había conversado muchas veces con ella. Era aquella recordada época en que el horror se había enseñoreado en un Estadio de Fútbol, causando la muerte de cientos de fanáticos durante una estampida humana.
Yo estudiaba en el Instituto Parroquial "Santa Rosalía", el cual se hallaba situado detrás de la Iglesia homónima, a una cuadra de dicha casa. Me dirigía a almorzar a ésta, pues no quedaba tan lejos como mi domicilio, sito en el barrio de “El Cementerio”... “en la parte de afuera”, como me apresuraba a puntualizar cada vez que necesitaba dar mi dirección… para escapar de los retruécanos de los “mamadores de gallo”…
Toqué el timbre e inmediatamente oí una algarabía en el interior, ahogada por la gruesa madera de la puerta.
- ¡Esa muchacha se mató! - escuché la ronca e inconfundible voz de mi "Tatá" acercándose a donde yo estaba -. ¡Esa muchacha se mató! -.
Abrió la puerta y su cara descompuesta me desconcertó.
- ¡Esa muchacha se mató! - gritó de nuevo, pareciendo no haberse percatado de mi presencia, a pesar de recién haberme abierto la puerta.
Se dirigió, como posesa, hacia el patio, situado más allá del recibidor. En ese momento imaginé, en forma inexplicable, que alguien se había lanzado del edificio contiguo. Siempre tratamos de creer que los sucesos aciagos no nos van a afectar directamente...
La seguí, lleno de desasosiego, mientras entraba a su cuarto, cuya puerta estaba a la derecha, al comienzo del patio, justo saliendo del recibidor.
- ¡Tatá! ¿Qué pasó? - le pregunté al entrar en la habitación. Se había detenido, desesperada, al frente de la peinadora.
Caminé un poco hacia el lado opuesto, al pie de la cama, sin quitarle los ojos de encima.
- ¡CUIDADO LA PISAS! -.
Miré hacia abajo y una imagen horrible, ya borrada por el inexorable paso de los años, se presentó ante mí. Era Fanny. Estaba tendida en el piso, exánime, con la cabeza y la cara llenas de sangre.
No sé que me pasó en ese momento. Perdí el control. Caminé aceleradamente hacia el recibidor y tomé mis libros, dejados en alguna parte, para abandonar la casa al instante.
No se me ocurrió otra cosa sino ir a donde vivía la señora Noemí, comadre de mi madre y de mi abuela materna. No quedaba muy lejos, tal vez a unas dos cuadras. Según me relataron luego, pues no me acuerdo, llegué preguntándole si tenía sangre en los zapatos...
¡Qué broma! Esa trágica muerte ocasionó el alejamiento de mis familias paterna y materna. Al cabo de un tiempo, volví de visita, para ser criticado duramente por mi padre...
- ¡Tú debiste haberte quedado aquí! - me espetó con gran rudeza -. ¿No eres un hombre? -.
Sin ánimo de crítica, pero ¿se puede llamar hombre a un zagal menor de quince años? ¿No es un deber el proteger a los niños de tales experiencias traumáticas?
A mi manera de ver, mi padre perdió en ese momento una buena oportunidad de guardar silencio... Teniendo en cuenta que, según me enteré al transcurrir el tiempo, cuando mi abuelo paterno llegó y encontró aquello, se encerró en el baño por horas, sin querer salir para nada. ¿Qué se puede esperar de un niño? Bueno, al fin y al cabo, fue la pistola del abuelo la utilizada por Fanny para volarse la cabeza... ¡Dios!
Como puede verse, sin ánimo melodramático, nada fue igual después de su muerte. Estas son las cosas que se ponen de relieve al transcurso de los años, después de una mirada retrospectiva a ese lejano pasado...
Quiero afirmar ahora que no siento animadversión hacia mi padre. Simplemente hizo las cosas a su nivel de entendimiento, como todos nosotros lo hacemos y hemos hecho. Si queremos buscar culpables “habría que estar desenterrando huesos hasta la época del mismísimo Adán”, como afirmaba uno de mis instructores al comienzo de mi periplo en pos de la Realización. He aprendido con los años que no vale la pena criticar ni culpar a nadie…
Una pregunta sigue martillando mi mente: ¿Por qué no recuerdo su cara? ¿Por qué su presencia se reduce a un recuerdo más bien analítico que visual...?
En este momento se presenta Borges con su "Aleph"...

Rubén Edgardo Rodríguez Muñoz.

03/12/1994.

Nota: Es bastante difícil clasificar este texto, cuya forma superficialmente parece de un cuento. Es una historia dolorosamente real, pero todas las emociones que desató en su oportunidad ya son sólo cosas del pasado. Pero queda el recuerdo de Fanny casi como una entelequia, como de alguien que pareciera no haber existido… pero sí existió y existirá mientras no sea olvidada… Sean estas líneas un humilde homenaje de quien siempre te recuerda…

miércoles, 9 de junio de 2010

Panegírico al Doctor Pedro Millán Estaba.

Panegírico, ca (del lat. panegyrĭcus, y este del gr. πανηγυρικός).
1. adj. Perteneciente o relativo a la oración o discurso en alabanza de alguien. Discurso panegírico. Oración panegírica.
2. m. Discurso o sermón en alabanza de alguien.
3. m. Elogio de alguien, hecho por escrito.
(Diccionario de la Real Academia Española de la lengua).

Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht.

Hace algunos años una gran amiga llamó mi atención acerca del hecho de que muchas personas especiales se presentan en la vida sin nosotros percatarnos de su condición. Vivimos tan inmersos en el día a día que no nos queda tiempo de ver más allá. No detallamos a las otras personas sino al esquema mental que hacemos de ellas. “Dejan”, como decía otra amiga, “de ser personas” en cierta manera. Claro, esto cambia cuando nuestra amistad se hace profunda. En este momento, “comienzan a ser personas de nuevo”. Pero la cotidianidad vuelve a arrinconar a esas personas especiales, quitándoles de nuevo la “condición de persona”. Ni nos preocupamos por entenderlas, impulsados por el culto al “yo” que caracteriza la época de ahora. Avergüenza reconocer que – algunas veces – las llegamos a considerar como “parte del decorado”… Las últimas frases parecieran tomadas de alguna obra de Ciencia Ficción de la Era Post Atómica - cuya característica resaltante era el pesimismo - pero no es así. Están ajustadas a la realidad cotidiana. Al menos, ésa es nuestra experiencia. Resulta que fuimos criados por alguien que – a despecho de su analfabetismo – era uno de los espíritus más avanzados en torno a los cuales hemos tenido la suerte de convivir. Se trata de la sin par Vicenta Muñoz. Tuvimos la fortuna de recibir como herencia su forma de ver el mundo; en la cual las cosas no estaban separadas de la realidad mágica, tal como se interpretan ahora. Tampoco consideraba cada hecho de la vida aislado de los anteriores y de los subsiguientes, tal como pareciera colegirse de la forma de entender y de comportarse de muchas personas en la actualidad. Por eso – en esta época - todo parece seco, yermo, estéril. Ella siempre observaba el mundo de una manera diferente; aunque sin caer en los extremos de materialismo y espiritualismo. La realidad, según aprendí de ella, era mágica. O, por lo menos, tenía un componente mágico; pero no sólo tenía éste, pues sabía mantener los pies sobre la tierra y no se dejaba llevar por ilusiones. Sirva este corto preámbulo para explicar por que – a la sombra de esta gran mujer – no se cultivaba el excesivo personalismo, esa mala hierba cuya perniciosa influencia socava hace ya un tiempo las bases de la civilización occidental. ¡Oh, Renè Guènon! ¡Diste el toque de diana con suficiente anticipación y todos hemos permanecido dormidos! A la sombra de esta gran mujer aprendí que cada ser humano tiene “su gracia especial”, en espera a ser descubierta por nosotros. O, utilizando aquel antiguo dicho tan característico de ella: “De músico, poeta y loco todos tenemos un poco.” En virtud de esto – de esta falta de gríngolas – pudimos admirarnos ante la gran cantidad de personas maravillosas que han pasado por nuestra vida, comenzando por ella misma. Entre las referidas personas quiero destacar una, cuya presencia e influencia hemos podido testificar por algo más de cuatro décadas. En este año de 2008 se cumplirían el once de Agosto los ochenta y tres años de haber nacido en Carúpano un espíritu que considero de especial relevancia para muchos quienes tuvimos la fortuna de estar en su cercanía. Se cumplirían los ochenta y tres años del nacimiento de Pedro Millán Estaba, Doctor en Medicina y hombre culto a carta cabal. Recuerdo las innumerables veces en las cuales nos dejábamos llevar por una agradable conversación que sólo el deber por cumplir al siguiente día ponía coto. A pesar de su avanzada edad, era capaz de hacer citas de obras literarias – especialmente poéticas – que había estudiado en el Bachillerato; por el cual pasó con especial intensidad durante los lejanos días de la Segunda Guerra Mundial. Alguien dijo que, en esa época, no había en todo el país más de veinte centros de educación secundaria. Pero, la falta de cantidad se superó con creces por medio de la gran calidad de los profesores y de los pensums. No sucede igual ahora, cuando la mayoría de los graduados universitarios dicen cosas como “aperturar” en lugar de “abrir”… Ahora quisiéramos escribir una anécdota del Doctor Pedro Millán, a quien llamábamos “el Doctor” en forma respetuosa. Hace unos meses pasamos, como acostumbramos cada vez que tenemos oportunidad, por donde los libreros cuyos puestos se hallan situados debajo del Puente de la Avenida Fuerzas Armadas, en la Avenida Urdaneta. Éstas son oportunidades cuyo placer no declinamos de ninguna manera. Hallamos un “lomito”, a buen decir de una gran amiga. Con este término ella hace referencia a alguna cosa valiosa, especialmente en sentido cultural. Se trataba de un libro llamado “Dante, un desconocido”, cuyo autor es Edoardo Crema; quien fue profesor del Pedagógico y de la UCV. El citado autor hace unos comentarios acerca de aquel extraordinario poeta que, por su sensibilidad artística e intelectual, se acercan un tanto por algunos instantes (en lo posible para un intelectual convencional) a la profundidad esotérica de Renè Guènon en su “El esoterismo de Dante”. Éste – dicho sea de paso – es un texto que requiere una ardua lectura con un resultado a veces mezquino: Cuesta lo indecible para entender. Sentimos una gran alegría por haber hallado un texto de alguien que pertenece (o perteneció) a mi país. Sentimos una gran alegría y orgullo por haber hallado – cosa harto difícil en los últimos tiempos – un venezolano que no se ha dejado “embobar” por la mediocridad. Con mucha curiosidad decidimos preguntarle al Doctor acerca de Edoardo Crema. Lo recordó. Lo recordó retrotrayéndose a cuando estudiaba en el Pedagógico allá por los años cuarenta. Por cierto, Edoardo Crema se radicó en Venezuela en 1938, siendo ya un destacado intelectual y profesor. También tenemos la fortuna de recordar ese nombre. En nuestro caso desde hace muchísimos años, precisamente cuando cursábamos la primaria; pero, lo confesamos, nunca le hicimos mucho caso… Mea culpa… Si el Doctor Millán hubiese sido otra persona, la cosa hubiese quedado allí. Pero él nos citó casi completo en español el siguiente verso, en el cual Francesca de Rimini habla al bardo con cierta amargura:
E quella a me: «Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.
“Y aquélla a mí: Ningún dolor más grande
que recordar el tiempo de la dicha
en la miseria, y tu doctor lo sabe.”
(Inferno. Canto V.)
Claro, no fue el primer verso de “La Divina Comedia” que tuvimos la fortuna de escucharle; pero, por lo menos, es el que recordamos ahora. A veces desearíamos tener memoria fotográfica para evocar todos esos detalles que se desdibujan con el tiempo; pero nos consolamos pensando que la falta de ésta se traduce en la creatividad de tratar de decir las cosas como la entendemos realmente, no como otros las entienden. Suena como una excusa (de hecho, lo es), aunque más bien es la pura verdad… Era una persona capaz de citar poetas, entre ellos podemos dar como ejemplo adicional al incomparable Rubén Darío. Siempre hemos considerado ésta una verdadera virtud y como tal sentimos admiración por quien la posee. Insisto, no hay vehículo mas adecuando para develar alguna característica personal que la anécdota. Por esto seguiremos con otra: Una noche del pasado año comenzamos hablando de la Música Académica, conversación que vino al caso cuando contó que el anterior Domingo en la noche se había quedado dormido escuchando un concierto televisado, olvidándosele poner las baterías al reloj despertador. Despertó como a las tres de la mañana, por lo que pudo tomar las previsiones para no quedarse dormido en la madrugada. Confesó que, cuando joven, esta música no era de su gusto. De hecho, bromeaba preguntando “¿es Semana Santa?” cuando alguien la escuchaba. En esto se hacía eco de la costumbre generalizada de transmitir Música Académica durante la Semana Santa, a fin de no mezclar la música mundana con la solemnidad del momento. Hemos de decir a los jóvenes que todavía imperaba esta costumbre en la década de los sesenta… pero se perdió unos años después. En nuestra conversación continuó evocando como un buen día fue a ver una película. Se trataba del memorable filme “Fantasía”, de Walt Disney; cuyo recuerdo desde el mismísimo día de nuestra plática quedó asociado a él… Afirmó haberse quedado “atornillado” al asiento hasta el final. No podía creer que esta música fuera tan bella. “Del cine salió otro hombre”, añadió, no exento de emoción. Cuando suceden cosas de este tenor se debe a un giro radical en la visión, a un cambio brusco de conciencia… En este caso se debió a la liberación de la sensibilidad, superlativa herramienta capaz de acceder donde la más avanzada maquinaria del ser humano no puede llegar… “Acalla las voces de la razón para que puedas escuchar las voces del corazón”, decía el Maestro. O “el corazón tiene razones que no entiende la razón”. Es necesaria una aclaratoria en este punto: Cuando el Maestro hablaba del corazón no se refería precisamente al sentimentalismo sino a algo muchísimo más avanzado… Desde ese mismo día el Doctor Pedro Millán y su hermano comenzaron a ahorrar, a fin de comprar discos de Música Académica. Al tiempo no tenían muchos, pero los escuchaban muy frecuentemente y con mucho agrado. Esta anécdota, si la hubiésemos conocido de jóvenes, de seguro estaría escrita en una tónica como la utilizada en la sección fija “Mi personaje inolvidable”, del Selecciones del Reader´s digest. Realmente era un hombre culto y consideramos como culto no sólo aquél que lee libros, que admira una Obra de Arte Plástico o que se solaza ante la buena música. También consideramos cultas a aquellas personas que son capaces de degustar con conciencia un fino platillo o un buen licor. Lo anterior también es cultura. Un apreciado Hermano comentó un día que el arte culinario es capaz de sus Obras Magistrales; igual que la música, la pintura, la escultura u otra manifestación artística. El gusto, como cualquier herramienta de la sensibilidad, puede educarse para disfrutar del hecho artístico. Algo así sucede con la música, arte que nos hemos dedicado a conocer lo más posible como incansables melómanos. Siendo muy jóvenes, nos chocaba sobremanera la música de Debussy. Claro, para alguien acostumbrado a las transparentes piezas del preclásico, era un salto muy grande; pero el oído evoluciona si se tiene el ardiente interés… Ahora somos enamorados de la música impresionista… de esas sutiles pinceladas musicales que se desgranan como arco iris de ensoñación en el tiempo… Igual sucede con la comida. Comenzamos a alimentarnos en forma rutinaria hasta que las circunstancias nos permiten hallar a personas cuya curiosidad y sazón nos llevan a disfrutar las cumbres del arte culinario… Pero los jóvenes de ahora no quieren salir del Mac Donalds. Conozco a unos cuya madre es una verdadera maestra del Arte Culinario. Los he visto añadir vulgar Ketchup a una espectacular salsa, producto de la alquimia culinaria. Una verdadera herejía… si podemos pedir prestado este término religioso… Muchos jóvenes ahora son así (gracias a Dios no todos). Esto no lo hallamos en la persona extraordinaria que es causa de estas líneas. Sabía disfrutar de las cosas buenas de la vida cuando era más joven y la salud se lo permitía, entre ellas la buena mesa y la buena bebida. Insistiremos en lo siguiente: Esto, aunque no se considere como tal, es cultura; pues, para nosotros, toda manifestación de la creatividad humana es cultura. Así sea un aparentemente frío programa de computación… Decimos “aparentemente” porque entre las personas realmente notables con quienes hemos tenido la fortuna de alternar estaba una que nos enseñó a ver más allá… El Doctor veía más allá y esta amplitud de miras tuvo como resultado una amplia familia de personas de bien que ahora engalanan al país. Este “mirar más allá” lo dejó con cantidad de amigos incondicionales y agradecidos, medida bastante aproximada de su bondad y buen corazón. Esto de “ver más” allá nos trae a colación otro verso de “La Divina Comedia” (el cual nunca nos citó):
Oh voi che avete gl’intelleti sani,
mirate la doctrina che s’asconde
soto il velame delli versi strani”.
Oh, vos que tenéis el intelecto sano,
mira la doctrina que se esconde
debajo del velo de los versos extraños.
(Paradiso. Canto XXXI.)
El bardo aconseja que no nos quedemos en lo obvio, en lo trillado, que “miremos más allá”. Es tan importante que el ínclito Maestro Fermín Vale Amesti lo utilizó como epígrafe en el capítulo VII (“El esoterismo masónico”) de su fundamental libro “El retorno de Henoch”. Otra virtud del Doctor era su sencillez. Ésta, que podría parecer antagónica con una gran cultura, no lo es en este caso. En esta virtud se nos hizo bastante parecido (como dos gotas de agua) al anteriormente citado Maestro; quien no andaba con ninguna pretensión de ninguna clase, a despecho de su gran sabiduría. El Doctor, semanas antes de trascender, expresó la siguiente frase: “El dinero no es un fin sino un medio para lograr algo”. Esta frase es otra demostración de su calidad humana, afín a la de varios espíritus de calidad que han dejado el mismo mensaje desde tiempos inmemoriales. No era una persona materialista; característica constante en aquellos seres notables, quienes dan al dinero su justa dimensión a pesar del brillo tentador que parece tener para la mayoría de los modernos. No fue rico, pero nunca le faltó dinero; cosa que consideramos la mejor demostración del desprendimiento. No fue de aquellos quienes – como dice la canción – “por el dinero no pueden sonreír”. Otra característica suya, esta vez como galeno, fue su continuo afán por actualizarse; al cual sólo cedió ante los embates de su enfermedad final. Por cierto, es el único médico que conocimos (por supuesto, deben existir más, como es de suponer; aunque ésta fue una característica suya muy singular) que escribía sus récipes a máquina. La mayoría trazan unos galimatías que sólo pueden ser traducidos por los farmaceutas; cosa que, para nosotros, tiene algo de mágico… Para los vulgares mortales, ni idea de lo que está escrito como nombre del medicamento y como posología… Era un hombre de hablar quedo, sin vehemencias (por lo menos, desde que lo conocimos; que no fueron pocos años). No era – de ninguna manera – mal hablado, aunque nos sorprendió hace unas semanas con cierto epíteto bastante fuerte acerca de un personaje público muy característico por su incompetencia. Es tanto el culto actual a la mediocridad que hasta el mismísimo Cristo perdería los estribos… como sucedió en la famosa historia del Templo… Usaba palabras muy suyas; como el epíteto de “mascarrata”, el cual lo caracterizó por muchísimos años y utilizó sin ningún ánimo de ofensa ni nada parecido. Más bien lo calificaríamos como una demostración de cariño… También lo caracterizaban sus giros idiomáticos mexicanos, producto de un postgrado en Ciudad de México… En esto lo imitamos desde un viaje a los Estados Unidos, cuando pedir una “colita” en lugar de “aventón” nos convirtió en blanco de las bromas de todos… O al pedir “un palito” en lugar de “un trago”… Recordamos haberle escrito una carta mientras hacía el citado postgrado, en la cual lo llamamos “Maestro” por el significado de su cercanía durante nuestra corta existencia en aquella época. Podemos decir que sí lo fue, pues su ejemplo nos marcó en varios sentidos merced a la admiración que siempre le profesamos. ¡Uf! Bueno, se nos fue… Pero queda el recuerdo… el buen recuerdo… La muerte de alguien realmente tiene lugar cuando es olvidado. La intención de este escrito (en lo posible, habida cuenta de nuestros humanos límites) es que nunca sea olvidado. En esto nos atrevemos a desafiar a la aparente imposibilidad de hacer un retrato medianamente exacto de una persona; contra el cual conspiran los puntos de vistas personales, la ambigüedad implícita del lenguaje, las disímiles experiencias, las diferentes épocas y demás detalles que hacen singular a una vida en su propio tiempo. Siempre lo hemos alabado y lo hemos recordado, como lo demuestran muchas páginas que hemos pergeñado estando él entre los vivos… En esta condición lo alabamos – permítannos repetirlo - tanto a viva voz como en prosa y lo mostramos ante los amigos como el prototipo del hombre de bien. No lo olvidaremos. Vaya este sencillo homenaje a una persona extraordinaria e inolvidable.

Rubén E. Rodríguez M.

Nota: Publicado originalmente en mi "Space" el 09/01/2008.