viernes, 11 de junio de 2010

Fanny.

Muchos años han transcurrido desde aquella dolorosa partida. Su figura se tornó ya borrosa, mas no así ese cariño que siempre le tuve. Es una pena no recordar sus rasgos. Decían que era bonita. A mí, personalmente, se me antoja verdadero este aserto de muchos, pues evoco sólo una nebulosa idea de lo positivo de ella después de su paso por el mundo de los vivos.
Un recuerdo, a medio camino entre la vaguedad de las tempranas experiencias vitales y cierto aire de epopeya cotidiana, contenido en las antiguas historias familiares, se hace de mi sensibilidad. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Aunque estén olvidados en su mayor parte!
"¿Y qué haces recordando "viejos tiempos?", me pregunta aquel habitante que comparte el interior de mi ser. Es mi alter ego, quien no acepta el conformismo y siempre juzga severamente el móvil de cualquiera de mis actos.
- Bueno, mijo. ¿Y tú que quieres? - dije, entre un suspiro amplio y sonoro -. Ni recordar puedo ya... -.
"¡Qué vaina! Me salió delicado el muchacho...", la voz se apagó como en una especie de chanza, a la cual yo sonreí con ganas de soltar la carcajada.
- A esto parece conducir el trabajar tanto tiempo con programas de computación - afirmé, en voz alta, sin importar la opinión de cualquiera que pasase ante la puerta abierta de mi oficina -. Estás de atar, Rubén... -.
Vuelvo a sonreír. Me gusta hablar conmigo mismo. ¿Es locura? No lo sé. Tal vez hablo con el que mejor me entiende, mi mejor amigo. ¿Cuántas veces me he encontrado envuelto en amplias sesiones dialécticas con mi otro yo, con ese ser de amplio espíritu crítico, a quien difícil es engañar? ¡Cómo lo necesito! ¿Qué haría yo si no existiera? ¿Cuántos errores hubiese cometido sin la presencia de esa lógica férrea, no exenta de sutil humanidad?
Recuerdo a Anthony Robbins, quien agrega una clasificación de los seres humanos - tan arbitraria y tan útil a veces - a las ya existentes. Él habla de los "igualadores" y de los "diferenciadores", entre cuyos extremos pueden añadirse sutiles gradaciones. Yo, personalmente, me considero "igualador". Soy de aquellos que buscan igualdad en las diferencias, mientras que mi otro yo participaría de las opuestas características. Esto es, buscaría diferencias en las igualdades...
- Mira, "abogado del diablo". Me eres absolutamente necesario. De ninguna manera te estoy dorando la píldora... Al contrario, reconozco tu virtud de hacerme ver cosas invisibles a mis características "igualadoras". Pero, haciendo honor a la verdad, ¡como molestas...! Eres más fastidioso que bailar un bolero con la hermana... -.
Noté cierta indulgencia invisible en el también invisible ser.
- ¡Ah, Fanny!. ¡Cómo quisiera recordar tu rostro! - dije, con emoción, pero mi infaltable sombra interrumpió repentinamente el cambio de rumbo hacia la idea que revolotea en mi inspiración desde hace varios días. Considera casi a nivel de pecado el hecho de privarla de toda mi atención por un segundo siquiera.
- Hombre, quédate tranquilo. Ya tendrás muchos momentos. Por ahora, déjame rendirle un homenaje a alguien que significó mucho para mí... -.
Hubo un silencio comprensivo dentro de mi ser.
Cuando me devano los sesos en vano intento de traer a mi mente sus facciones, un indefinido sentimiento conmueve mi pecho. Por esa imagen etérea siento amor, mas no logro saber de cual tipo. ¿Estaría yo, chaval menor de quince, enamorado de mi prima? ¿O sólo la recuerdo con ese cariño brindado a familiares lejanos? ¡Caray! Difíciles preguntas... Hasta arriesgaría un diagnóstico psicológico "diletante" al respecto. Por los bloqueos que surgen al tratar de evocar más detalles, estoy casi seguro de haber estado enamorado de ella. ¡Cómo imagino ese tierno corazón infantil latiendo por aquella muchacha que me llevaba tal vez el doble de la edad! Hubo otros amores infantiles, flores cuya fragancia percibo aún hoy en día. No me arrepiento de haberlos experimentado, pues son muestra de aquel sentimiento tan profundo que puede albergar un ser por otro del sexo opuesto, aunque algunas veces se origina en una confusión entre admiración y el verdadero amor entre humanos de diferente género.
- ¡Ah, Fanny! ¡Cómo quisiera recordar tu rostro y no situaciones esqueléticas, rasgos muy generales de hechos que alguna vez me hicieron vibrar! -.
Trato de irme al pasado, tripulando esa máquina del tiempo que es la memoria, y me veo en aquella vieja casa, situada de Pinto a Gobernador. Salvando el estrecho zaguán, suerte de cámara compensadora entre el mundo impersonal de la calle y el sagrado calor del hogar, se encontraba la puerta de entrada, que se me antoja de madera antigua, pintada de gris brillante. A continuación se me presenta un pequeño recibidor, abierto a un corto patio interior por el lado opuesto. Al lado derecho de la puerta del zaguán, e invisible desde ésta, conseguimos la puerta de la sala. Esta parte de la casa tenía algo que siempre llamó mi atención: ¡Un piso de madera! Largos listones barnizados vibraban bajo mis pies cuando entraba en el recinto, amenazando con su inquietud echar al suelo no sé cual lámpara situada en unos de los rincones. La sala tendría el mismo largo del zaguán, unos tres a cuatro metros, pero su ancho sería de unos cinco a seis. ¡Espero no ser traicionado por la memoria!
Hacia la calle, dos altísimas ventanas, de grandes hojas pintadas de un color parecido al marrón, daban un aire de vetustez al ambiente. Cada hoja tenía, en su parte inferior, una pequeña ventana que se abría independiente. Unas rejas coloniales cortaban el paso libre de la calle hacia el interior, en una suerte de balcón pequeño, quien sabe si testigo de incontables idilios...
Los muebles, con sus largos y arqueados brazos de obscura madera barnizada, ocupaban el lugar. Parecían formar parte de una indeterminada raza de animales antediluvianos. Según mi gusto actual los clasificaría de "romanúos", como decía la gente de antes... En un rincón, el viejo televisor de tubos, cuya marca se pierde en la indefinición del tiempo. ¡Cómo hace falta algún recurso para recordar esos detalles! Era ese artefacto muy extraño en comparación a los modernos. La pantalla tenía bordes con curvaturas más pronunciadas, el tubo era de un resaltado gris claro. Además, producía imágenes en blanco y negro... cosa inimaginable para un moderno televidente. Siempre sucede, al visualizar ese artefacto, que se presenta ante los ojos de mi mente la imagen del desaparecido Francisco Amado Pernía leyendo las noticias del "Observador Creole". O también evoco alguno de esos programas especiales, cuyo fin era recolectar fondos para la Sociedad Anticancerosa, cuando un violín era ejecutado durante uno de los múltiples números musicales…
Al lado del pequeño recibidor, a la derecha cuando miramos desde la entrada, estaba una puerta de madera obscura, cuidadosamente barnizada. Conducía a la habitación de mi tía Zaidah, del mismo largo de aquel, aunque un poco más estrecha. La tía Zaidah... La existencia de esta mujer tuvo mucho más influencia en mi vida de la que pude reconocer hasta hace pocos años. De ella aprendí, por su sólo ejemplo, el gusto por los libros y la buena música. Tal vez también cierta capacidad para la imposición de manos...
Hablaba con Fanny en el recibidor. Era un día indefinido, durante un tiempo indeterminado, en el transcurso de una tarde remota. ¿Sería 1963 o 1964? Quien sabe… Estábamos sentados frente a frente. Yo sobre ese banco gris de superficie rugosa y ella en uno de los muebles, a un nivel un poco más bajo que yo. Le hablaba de la invasión de los Aliados a Sicilia, durante la Segunda Guerra Mundial. El estudio de este gran conflicto bélico me apasionaba, aún me apasiona, dándome un conocimiento por el cual describía esta batalla en particular con el aire dramático de un participante. El relato era una "menage" de cosas leídas en el "Selecciones" - probablemente de otros encuentros de armas - y en una revista argentina de historietas, cuyo tema casi único era el conflicto más destructivo de la historia. No recuerdo el nombre de la revista. Es una lástima haber perdido esos ejemplares que conservaba con sumo cuidado, pues parecían ser muestra de una gran calidad artística ante un joven inexperto. Tanto fue la influencia de ellas que varias veces llegué a pensar en aprender el arte del dibujo de historietas.
Sí, el tema casi exclusivo de éstas revistas era la Segunda Guerra Mundial. Digo casi exclusivo porque algunas veces se dejaban deslizar, entre sus series de cuadros de dibujos en blanco y negro, cosas de otra índole. En ella fue donde conocí, en cuadros de historieta, el "Martín Fierro", de José Hernández.
Todavía suenan en mi mente esas palabras curiosas, esas situaciones ajenas, casi de otro mundo, que despertaban algo indefinido en mi espíritu. Por un momento, vinieron a mi mente esas aventuras de ensueño entre estancias, taperas, pleitos de facón y cruces de palito puestas por "haber muerto tanta gente"... Hace poco tiempo, después de unos treinta años, llegó a mis manos la obra original. Extraordinaria. Me causó un gran deleite leer esos cantos, esas aventuras de un Gaucho en el incierto devenir de la existencia. Hoy disfruto de sus versos, cuyo lenguaje impresionante me llena, a la vez, de envidia y de admiración...
Realmente, me gustaba conversar con Fanny. El recuerdo de esa tarde imprecisa se ha convertido en una especie de símbolo suyo... Pero, a decir verdad, era yo quien parecía hablar más. Ella escuchaba en silencio la mayoría del tiempo. Más de una vez me pregunté - para mis adentros - si estaba analizándome, si podía dejar de lado sus estudios de Psicología mientras escuchaba a este chico soñador...
Simultáneamente a la animada conversación - en algunas pausas breves - trataba yo de entender esas "lagunas mentales" que decían afectar a Fanny. ¿Se perderían trozos de su pasado en una espesa niebla? ¿O, de repente, se olvidaría de quién era o de dónde estaba? ¿Serían exageraciones de mi abuela paterna, o mi "Tatá", como la llamé desde muy niño? A mí me parecía estar conversando con una muchacha normal, tal vez algo taciturna...
Según me fue informado, dichas "lagunas mentales" habían sido diagnosticadas por médicos, y comenzaron después de un accidente automovilístico en la Cota 905, en el cual su novio había quedado inválido. Parecía ser que se sentía responsable de tan trágico evento, pues ambos venían discutiendo momentos antes del suceso. ¿Se trataría de que ciertos recuerdos se hallaban bloqueados por un profundo sentimiento de culpa?
Bueno, sólo Dios sabe lo sucedido en realidad... Por ahora, me queda la intriga del exacto significado del término "lagunas mentales", esgrimido por los médicos. Alguna vez procuraré precisarlo...
Por cierto, el hecho de bloquear recuerdos me resulta muy familiar. Me sucede bastante. Tal vez esta sea la causa del olvido de tantos aspectos sutiles... ¿O será que, simplemente, no me fijaba en los detalles, quedándose éstos en quien sabe cual rincón de la memoria? ¿Y si el origen radica en ambas causas?
Buena pregunta. No había reparado en las dos últimas posibilidades hasta ahora, cuando trato de entrar en las tinieblas de mi pasado... Es lo bueno de escribir, pues nos impulsa a profundizar en los temas, a investigarlos, a agotarlos.
No recuerdo más de Fanny hasta cierto día de mayo, cuando venía de clases a almorzar en esa misma casa donde había conversado muchas veces con ella. Era aquella recordada época en que el horror se había enseñoreado en un Estadio de Fútbol, causando la muerte de cientos de fanáticos durante una estampida humana.
Yo estudiaba en el Instituto Parroquial "Santa Rosalía", el cual se hallaba situado detrás de la Iglesia homónima, a una cuadra de dicha casa. Me dirigía a almorzar a ésta, pues no quedaba tan lejos como mi domicilio, sito en el barrio de “El Cementerio”... “en la parte de afuera”, como me apresuraba a puntualizar cada vez que necesitaba dar mi dirección… para escapar de los retruécanos de los “mamadores de gallo”…
Toqué el timbre e inmediatamente oí una algarabía en el interior, ahogada por la gruesa madera de la puerta.
- ¡Esa muchacha se mató! - escuché la ronca e inconfundible voz de mi "Tatá" acercándose a donde yo estaba -. ¡Esa muchacha se mató! -.
Abrió la puerta y su cara descompuesta me desconcertó.
- ¡Esa muchacha se mató! - gritó de nuevo, pareciendo no haberse percatado de mi presencia, a pesar de recién haberme abierto la puerta.
Se dirigió, como posesa, hacia el patio, situado más allá del recibidor. En ese momento imaginé, en forma inexplicable, que alguien se había lanzado del edificio contiguo. Siempre tratamos de creer que los sucesos aciagos no nos van a afectar directamente...
La seguí, lleno de desasosiego, mientras entraba a su cuarto, cuya puerta estaba a la derecha, al comienzo del patio, justo saliendo del recibidor.
- ¡Tatá! ¿Qué pasó? - le pregunté al entrar en la habitación. Se había detenido, desesperada, al frente de la peinadora.
Caminé un poco hacia el lado opuesto, al pie de la cama, sin quitarle los ojos de encima.
- ¡CUIDADO LA PISAS! -.
Miré hacia abajo y una imagen horrible, ya borrada por el inexorable paso de los años, se presentó ante mí. Era Fanny. Estaba tendida en el piso, exánime, con la cabeza y la cara llenas de sangre.
No sé que me pasó en ese momento. Perdí el control. Caminé aceleradamente hacia el recibidor y tomé mis libros, dejados en alguna parte, para abandonar la casa al instante.
No se me ocurrió otra cosa sino ir a donde vivía la señora Noemí, comadre de mi madre y de mi abuela materna. No quedaba muy lejos, tal vez a unas dos cuadras. Según me relataron luego, pues no me acuerdo, llegué preguntándole si tenía sangre en los zapatos...
¡Qué broma! Esa trágica muerte ocasionó el alejamiento de mis familias paterna y materna. Al cabo de un tiempo, volví de visita, para ser criticado duramente por mi padre...
- ¡Tú debiste haberte quedado aquí! - me espetó con gran rudeza -. ¿No eres un hombre? -.
Sin ánimo de crítica, pero ¿se puede llamar hombre a un zagal menor de quince años? ¿No es un deber el proteger a los niños de tales experiencias traumáticas?
A mi manera de ver, mi padre perdió en ese momento una buena oportunidad de guardar silencio... Teniendo en cuenta que, según me enteré al transcurrir el tiempo, cuando mi abuelo paterno llegó y encontró aquello, se encerró en el baño por horas, sin querer salir para nada. ¿Qué se puede esperar de un niño? Bueno, al fin y al cabo, fue la pistola del abuelo la utilizada por Fanny para volarse la cabeza... ¡Dios!
Como puede verse, sin ánimo melodramático, nada fue igual después de su muerte. Estas son las cosas que se ponen de relieve al transcurso de los años, después de una mirada retrospectiva a ese lejano pasado...
Quiero afirmar ahora que no siento animadversión hacia mi padre. Simplemente hizo las cosas a su nivel de entendimiento, como todos nosotros lo hacemos y hemos hecho. Si queremos buscar culpables “habría que estar desenterrando huesos hasta la época del mismísimo Adán”, como afirmaba uno de mis instructores al comienzo de mi periplo en pos de la Realización. He aprendido con los años que no vale la pena criticar ni culpar a nadie…
Una pregunta sigue martillando mi mente: ¿Por qué no recuerdo su cara? ¿Por qué su presencia se reduce a un recuerdo más bien analítico que visual...?
En este momento se presenta Borges con su "Aleph"...

Rubén Edgardo Rodríguez Muñoz.

03/12/1994.

Nota: Es bastante difícil clasificar este texto, cuya forma superficialmente parece de un cuento. Es una historia dolorosamente real, pero todas las emociones que desató en su oportunidad ya son sólo cosas del pasado. Pero queda el recuerdo de Fanny casi como una entelequia, como de alguien que pareciera no haber existido… pero sí existió y existirá mientras no sea olvidada… Sean estas líneas un humilde homenaje de quien siempre te recuerda…

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